martes, 31 de mayo de 2011

Médicos tradicionalistas



Vicente Núñez Núñez
Presidente de los campesinos médicos tradicionalistas en Ixtepec, Puebla.

“Somos un grupo que trabaja desde el punto de vista de la salud con plantas y medicinas tradicionales. Parte del objetivo de nuestro esfuerzo es recuperar esa tradición, esa forma de aliviarse heredada por nuestros antepasados. Antes se curaban sin doctor y utilizaban puras hierbas. Y eso pensamos mantener vivo.

“Los fundadores de los campesinos médicos tradicionales destacaron la importancia de salvar esa tradición y comenzaron a trabajar para no dejar perder las medicinas y las plantas curativas de la región de Ixtepec.

“Una pieza importante que hace falta para que no se pierda la medicina tradicional en Ixtepec es contar, por parte de éste grupo, de un espacio mayor, de un terreno destinado a instalar un jardín donde se siembren y mantengan las plantas curativas. Por el momento estamos en un pequeño cuarto prestado.

“Es necesario más espacio para atender en los cuartos a los pacientes y los enfermos. Otro más para la consulta, porque estamos muy reducidos.

“Hasta el momento no tenemos acercamientos con el gobierno. Sólo hemos tenido pláticas informales con el Presidente Municipal, pero dice que llega muy poco recurso al gobierno.

“A pesar de los servicios de los doctores y las enfermeras, la gente aún sigue asistiendo a los campesinos médicos tradicionalistas. Vienen a curarse los huesos y otro tipo de enfermedades. Ofrecemos masajes y quitamos dolores de estómago y del cuerpo.”



martes, 24 de mayo de 2011

El sabor de la miseria



La pobreza que he visto en las sierras de Puebla, Guerrero y Oaxaca en realidad la he visto a lo largo de toda mi vida. Primero en mi pueblo natal Cuauhtémoc, Chihuahua, luego en mi peregrinar al sur para vivir en el DF casi quince años y recorrer largamente las vías del sur, de Xochimilco a Tláhuac, y más allá, a Tlalmanalco y Amecameca; ahí la miseria estaba a flor de piel; luego, veinte años en Puebla donde he recorrido la sierra norte, la sierra negra y la propia ciudad con sus pueblos y municipios circundantes, donde la miseria sigue al caminante como una luna llena a través de los cerros y los bosques.

Basta asomarse en las entradas de los pueblos del camino para mirar la miseria cruda de los habitantes sin ningún servicio, que viven en sendas casuchas mal construidas entre arroyuelos de meados y perros, cerdos, gallinas y guajolotes, todos deambulando por las casas tan campantes y acostumbrados. Es la miseria de las ciudades y los pueblos mexicanos, que allá en las sierras de México alcanza índices estadísticos alarmantes. Es cuando interviene la ONU y otros organismos humanitarios y señalan índices de miseria absoluta (marginalidad “muy alta”, reconoce Microregiones), se hacen obligatorias las acciones. Estos organismos tienen una amplia experiencia en África y Asia. Se toman medidas para combatir la insalubridad poniendo pisos de concreto en las chozas de adobe y carrizo, de tal forma que, al menos, ya no haya tierra en las cocinas. Las letrinas se reparten empotradas en una base de cemento que se instalan sobre un hoyo, que deben hacer los vecinos.

Es muy extraña la improvisación de todos para aplicar esos programas. En primer lugar se hacen a toda velocidad, como si los persiguiera Ban Ki-moon con un sable coreano. Queriendo hacer en meses lo que no se ha hecho en décadas, en siglos. Es un error, los pueblos no tienen tanto apuro. Es decir, no es que no tengan apuro, pero bien podrían esperar un mes para que se hiciera un análisis de cada municipio, para detectar y buscar encauzar sus principales problemas. Es tanto como decir: que sean los pueblos partícipes de la inversión y que el gobierno aporte sus recursos en concordancia con los resultados de su estudio. Parece fácil, y quizá lo es, el problema es cuando el gobierno escucha más –o más perentoriamente- las recomendaciones internacionales, que cuando intenta procurar un desarrollo en escenarios ciertamente complicados como son los 350 municipios más marginados del país.

Pero existe en los pueblos otra clase de miseria que no es medible en los índices de la ONU o del gobierno federal, tiene que ver con los sabores, con la variedad que ofrece la naturaleza. Esta miseria se halla en la memoria y, paradójicamente, ya no duele. Se le recuerda con el placer de la sobrevivencia, de la realidad superada, del triunfo de la propia naturaleza humana sobre los embates de la disentería, la desnutrición y la gastroenteritis. Así la recordaron tres ancianos de Huitzilan de Serdán, en la Sierra Norte de Puebla, saboreando el recuerdo de miserias idas, sin ninguna nostalgia pero con placer. Me lo dijeron con sus propias palabras:

Me dice don Pedro Cipriano Bonilla recargado en la pared amarilla del local de antorcha campesina.

“En mi infancia mis padres eran muy pobres, muy de escasos recursos; en mi infancia crecía y no conocía alimentos como ahora que hay de todo, eso no lo comimos. En años anteriores cuando yo empecé a ir a la escuela, nomás nos daban en la mañana tortilla con tantito frijolito, o cuando encontraban compraban algo, compraban carne, pero una vez al mes, casi siempre nos daban quelite, puro quelite, tortilla con sal nada más, eso estamos comiendo. Nosotros le llamábamos buena comida cuando mataban un pollito, un cochinito, ya para nosotros era una comida suculenta. Chilpozonte de pollo, o mole, pero eso solamente cuando hacían una fiestecita. El chilpozonte es rojo, nosotros le llamamos mole de olla. El mole, pues, es con chile ancho, chipocle, eso le llamamos mole de pollo, de cerdo. Es el mismo mole que en la ciudad de Puebla, pero antes lo hacían muy aguadito, ahora ya cambió todo, ahora lo hacen espeso, bien preparadito.”

Interviene don Crecencio Bonilla

“En 1946 mi madre nos hacía comida con chile macho, ella nos hacía una salsa y nos ayudábamos con tortillas para almorzar. Sabiendo que nosotros éramos de dinero, mi padre tenía dinerito, pero igual eso comíamos. Y a la escuela. Nos daban cinco centavos para comprar, pero eso nos alcanzaba para mucho. Un centavo de cacahuates, dos de galletas, o sea que los cinco centavos rendían bien. Después no nos alcanzaban los cinco centavos, nos lo subieron a diez, pero a traer zacate para las bestias, teníamos que ir con nuestra palita a traer zacate. O si no, a ver los animales al potrero, había que picarles la pastura y desgranarles su maíz. La cena, el que quería cenar, pobrecita de mi mamá, de dónde voy a agarrar dinero para el pan si tu papá ni siquiera nos da para comprar pan. Nos daba un tarro de café y nos metía las tortillas dentro del café como si fuera pan, ahí estamos comiendo. El pan lo comíamos en Todos Santos, era cuando comíamos. A veces un blanquillo que ponía la gallina y corríamos a la panadería y lo cambiábamos por pan. Pero sí conocíamos el pan. Yo tengo un chamaco nada más, pero ese sí, le tiene usted que comprar el pan, lo que tiene que comer, ya no va a comer los frijoles con epazote, ya no va a comer café con una tortilla metida, ya son chamacos que le van abriendo a uno más los ojos. Y yo, un sobrino mío, que se crió en la casa, le di su carrerea de maestro, y es un muchacho que está saliendo bien, trabaja por Tehuacán de maestro federal. Puedo decir que me regala cada año lo que tiene gusto por regalarme, no se ha olvidado de mí. Yo le agradezco mucho porque me había yo enfermado de agarrar la jarra, y él fue el que intervino para que me curaran. Y hasta la fecha, ahí estoy. Yo ya era precandidato a Los Pinos, porque ya me sentía muy mal, pero ahorita recapacité y ya llevo dos años y medio de no tomar. Lo que me dijo el médico de Zacapoaxtla fue que me salvé porque no fumé, si yo hubiera fumado me hubiera ido derechito, `se te hubieran cerrado los pulmones y ya`. Es lo que le agradezco a mi sobrino, que está de director, y el otro muchacho que está en Tehuacán, que yo formé. Son los únicos que me están cuidando, me visitan, cualquier cosa que quiero, ellos responden: así como nos ayudaste tú, así te vamos a ayudar también. Y eso es lo que les agradezco.”

Don Filiberto Hernández es un poco menor que los Bonilla, sus recuerdos todavía le ensombrecen el gesto:

“Yo recuerdo que nosotros sufrimos mucho, yo sufrí bastante porque casi no comía, pues, en la mañana comía tortillas con sal, me acuerdo que mi mamá buscaba mucho un quelite que le decíamos aquí en náhuatl, pitopilitl, que hoy lo conozco como mapapa, es una hoja ancha que había que quitarle todas las venas y dejar el puro quelite, se desvena, se junta y se hierve. Nomás que es muy agarroso ese quelite, por lo que debe hervirse bien, se le echa ajonjolí molido. O cacahuate. Nos dábamos una comida pero buena con ese quelite. Ese lo recogíamos en los cafetales. También comíamos frijolitos. Cuando mataban pollo, el chilmolito, que le dicen, consiste en chipocles hervidos, los molían en metate, a los jitomates también los molían y los echaban en el caldito de pollo. Cuando mataba mi mamá un pollo hasta hacíamos fiesta. Desgraciadamente no era seguido, porque mi mamá criaba las gallinitas, los pollos, para venderlos y comprar maíz. Sí, tuvimos una vida muy sufrida, con mucha desigualdad económica. Mi papá sembraba maíz, pero mi papá se fue a un rancho, se fue a meter en una cueva, y nosotros le íbamos a dejar de comer hasta allá. Me acuerdo que nomás nos daba media almud de maíz, unos tres kilos y medio, una medida antigua con la que medían el maíz, el café, el frijol. Con ese medio almud le teníamos que llevar los tacos para dos días, a nosotros nos quedaba muy poquito. Ya mi mamá andaba corriendo para conseguir con qué sopear, qué comer. Porque nomás pura tortilla, pues no. Sufrimos bastante. Dulces, de vez en cuando, por ejemplo el chicloso, había unos dulces de colores, tipo caramelo, envueltos en papelitos. Costaban cinco centavos. Nosotros no tuvimos la gracia de tomarnos un refresco en esa época, nomás veíamos a la gente que tomaba, pero nosotros no teníamos dinero para darnos el lujo de comprarnos un refresco, pues, tomábamos agüita nada más. Nuestro mundo era demasiado pobre, incluso yo terminé mi primaria, pero ahora sí con mucho esfuerzo. Después de que mi mamá me consiguió un pantalón y lo pintó, porque mi papá no me compró mi uniforme cuando salí de la primaria, pues ahí anda mi mamá consiguiendo la ropa, calzado prestado porque tampoco tenía. Terminé la primaria a empujones, como dice el dicho. Tenía ganas de seguir estudiando, pero no pude, se nos cerró el mundo, no pudimos salir adelante. Por eso hoy estamos mejor, todos mis hijos tienen la preparatoria, se desenvuelven más, tengo tres hijos en Nueva York, uno es cheff, y los otros trabajan por allá en otras actividades. Se fueron con preparatoria y cuando llegaron fueron a la academia de inglés, pues siempre les dije que si estaban allá aprovecharan a estudiar el inglés, pues si no estudian estando allá, carambas, como un burrito. Pero ellos se han defendido y hablan inglés y ya se han desenvuelto bien. Tienen como cuatro años que vinieron y ahora otra vez piensan venir. Hasta blanquitos quedaron, pues no es lo mismo trabajar a pleno sol como nosotros, que como ellos que trabajan adentro de lugares. Me siento orgulloso, me siento bien, pues a pesar de todo ellos ya no sufren como yo, pues. Ya nos les cierras el mundo, pues, como a mí. Ya tienen mejor vida. Y la única que está aquí es mi hija nada más, que es la secretaria del Registro Civil. Me encuentro sólo con mi hija, pues, pero contento. Tuvimos dificultades con mi esposa y nos tuvimos que separar, pues, después me encontré a otra señora y volvimos a fracasar, pues, ahorita a ver qué mariposa me encuentro por ahí.”

domingo, 15 de mayo de 2011

Tutunakuj de la Sierra de Puebla (totonacas)



Los tutunakuj actuales, que conocemos como totonacas, viven en una parte del antiguo Totonacapan y se distribuyen entre el norte y el centro de los estados de Puebla y Veracruz. Su número se estima en unos 140,000 habitantes, pero al principio de la conquista eran alrededor de 750,000.

Desde un enfoque lingüístico, entre los tutunakuj se distinguen por lo menos tres variantes. Por sus expresiones culturales, los grupos más importantes son: el de la costa, hasta las estribaciones de la sierra y el de la sierra alta y el de los tutunakuj de la Sierra Norte de Puebla. A pesar de estas diferencias, existen en su cultura muchos rasgos que les unen y que les hacen identificarse como tutunakuj, uno de los cuales es la ceremonia de los voladores.

La geografía de la Sierra Madre Oriental determina el paisaje compartido por totonacos, nahuas y mestizos. La convivencia de estas poblaciones dejó su huella sobre este grupo de tutunakuj, pues el vestido de las mujeres se parece en parte al de las ñhä-ñhüs; los quetchquemitls están tejidos de colores y no bordados como los de Coyutla. Pero el palo del volador, símbolo importante de la cultura totonaca, también está presente en estos pueblos.

En las tres zonas el clima favorece la agricultura tropical, lo que permite dos cosechas anuales de maíz: la de temporal y la tolnamil o de invierno. La dieta básica, como en otras partes de México, comprende maíz, frijol y chile. Además, en algunas áreas de la franja costera se cultiva la tradicional vainilla; la yuca, el camote, la calabaza y frutas como la papaya, el plátano y la naranja. La caña de azúcar tiene cierta importancia en la producción agrícola, así como el café, allí donde la propiedad privada de la tierra lo permite.

Los tutunakuj practican el sistema de roza y quema; siembran con espeque y escardan con machete y azadón. La ganadería extensiva forma parte, a veces significativa, de la economía de algunos tutunakuj que pueden tener un número importante de reses. La pesca, la caza y la recolección contribuyen a la alimentación de estas poblaciones.

En las zonas de la sierra de Puebla los pueblos son relativamente extensos y su número de habitantes alcanza a veces los 3,000 o 4,000, mientras que en las comunidades de la costa rara vez superan los 500 habitantes. Pareciera que en los pueblos de la sierra los antiguos tutunakuj transmitieron una forma de vida "urbana": en los espacios reducidos hay lugar más que para la casa-cocina-habitación y para un temazcal de uso cotidiano entre todos los grupos tutunakuj. En las poblaciones secundarias y primarias de la costa hay alrededor de las casas grandes espacios en donde se crían puercos, guajolotes y pollos en número relativamente grande, y en donde los árboles frutales ofrecen sombra y belleza natural. Estos pueblos están llenos de flores. Las casas, de forma rectangular, están construidas en su mayoría con palma y zacate o con madera. Para el amarre utilizan el bejuco; el piso es de tierra apisonada.

Hoy en día se puede observar una mezcla de las formas antiguas y modernas de gobierno. Prácticamente cada población tutunakuj, al no tener la posibilidad de desarrollar una relación con otras comunidades de la misma cultura, tiene la responsabilidad en este nivel celular de mantener su identidad cultural y lingüística. Así, cada pueblo funciona como si fuera un pequeño estado: tiene sus responsables y su organización internos para cada tipo de actividad, desde los comités del agua potable hasta el de padres de familia para cuidar el buen funcionamiento de la escuela. Lo que quedó en realidad de sus antiguas instituciones es la faena y el terreno comunal, que en ciertas comunidades muy unidas funciona bien y contribuye a la riqueza de su población.

En el poblado de Ixtepec, en la Sierra Norte de Puebla, enfrenté de viva voz los cambios en la mentalidad y en las costumbres de los tutunakuj, que en tan sólo unas décadas han pasado de una vida montaraz y verdaderamente apartada de todo a una sociedad que implora cambios verdaderos. Los visitantes de la ciudad pueden no ver esos cambios sutiles que se tejen en las mentes y en los comportamientos, por eso me puse a entrevistar a la gente local que amablemente me expresó sus pareceres. Uno de ellos, el profesor Miguel Cano García, me hizo un rápido resumen de los últimos cincuenta años:

“Hace muchos años este lugar no es lo que fue antes, hace muchos años Ixtepec fue monte, había poca gente, gente totonaca, gente que vestía una como camisa, un cotón negro largo, que casi llegaba a la rodilla, no usaban calzón, como ahora. De esa manera se vestían. Las mujeres usaban también un huipil de algodón. Todavía hasta hoy hay mujeres que saben hacer una especie de servilletas tejidas de las madejas de hilo, pero son gruesas. Últimamente las ocupan para envolver las tortillas para que no se enfríen. Así vivía la gente, casi desnuda. Las mujeres muchas veces nada más tenían el huipil pero no tenían la camisa, andaban casi al desnudo, se les veían los senos, y los hombres con su cotón. Mestizos había pocos, y llamo mestizos a la gente que habla español. La gente indígena no hablaba español, pues había pocos mestizos. Poco a poco se fue poblando hasta que empezaron a llegar los primeros maestros. En el primer año de primaria, había solamente dos maestros, en un salón. Éramos pocos los alumnos. No tuvimos muchos maestros ni muchas escuelas. La gente estaba muy atrasada.
Yo me fui dando cuenta como comenzaron a llegar más maestros a este lugar, llegaron cinco, seis, y solamente había primaria. Luego llegaron ocho, diez, pero se creó la escuela telesecundaria, luego el jardín de niños. Luego, como la población ha ido creciendo, los maestros de primaria trabajaban hasta con 120 niños, nació otra escuela primaria en la sección del Patux, donde se fundó otra. De ahí se vino la secundaria técnica número 60 que hoy existe, luego fue la preparatoria. La población fue aumentando, más alumnos, más niños que quisieron a estudiar. La policía que eran unos hombres llamados semaneros, obligaban a los padres de familia a enviar a los niños a la escuela. Los maestros eran muy estrictos, siempre usaban la vara. Así, poco a poco, la gente fue aprendiendo español. Mucha de la gente estaba vistiendo el calzón, la camisa, cuando dejó de vestirse el cotón largo. Las mujeres empezaron a cubrirse, aunque andaban descalzas, a diferencia de los hombres, que siempre usaron huaraches. Las mujeres después empezaron a usar calzado de plástico y los hombres las botas de hule o huaraches, como ahora que usan. De esta forma ha ido avanzando el pueblo. Ahora no hay muchos mestizos, lo que predomina son los indígenas, aunque esos indígenas ya van dejando de usar su ropa, como es el calzón, el sombrero y empiezan a usar su pantalón al estilo de los mestizos, y así también empiezan a vestirse las mujeres. ¿De dónde empieza a arrancarse este cambio? De las escuelas. Porque en las escuelas los maestros quieren que los alumnos vistan su pantalón, su calzado; que las mujeres vistan su vestido, su calzado, que se arreglen mejor. Así es como va despareciendo la vestimenta de los indígenas, y actualmente, muchos hablan ya el español, aunque los hay que no”.

En la plaza techada de la población me encontré a Angelina Méndez, estudiante del 6º semestre del bachillerato Octavio Paz en Ixtepec, que aceptó decirme unas palabras. Me interesaba saber su opinión sobre el pasado de Ixtepec y las razones por las que las jóvenes locales ya no quieren usar la ropa tradicional totonaca.

- ¿Qué sabes de la historia de tu comunidad Ixtepec?
- Los abuelos y mis papás me platicaron algunas cosas de la fundación del pueblo. Ixtepec estuvo sometido por los españoles. La mayoría de la gente se olvidó de las costumbres. El pueblo no practica, por ejemplo, la vestimenta de las mujeres y algunas, como estamos estudiando, ya nos da pena portar el traje típico, que es usar unas nahuas, faja y una blusa bordada. A las mujeres preparadas de Ixtepec no les gusta vestirse así. Pero nuestras familias y nuestra propia mamá usan esa vestimenta; el resultado es que también nos da pena andar con nuestra mamá por la calle. A veces no queremos que nuestra mamá se vista así, es la costumbre. Pero en nosotras no es lo mismo, ya cambiamos la forma de vida. Antes era muy diferente.
- ¿Entre más educación reciben los jóvenes, menos quieren a sus raíces?
- A la vez sí, pero a la vez como que no, porque como nosotros estamos estudiando, tenemos otro pensamiento. El idioma totonaco, por ejemplo, se está olvidando, casi no lo practicamos, aunque todavía algunos lo traducen y lo hablan bien. Los jóvenes se van a la ciudad, pero como allá hablan el español se les olvida, y cuando regresan al pueblo quieren hablar el español también. Como que les da pena hablar el tonocaco.
- ¿Qué te gusta de tu pueblo?
- Ojalá hubiera otras instituciones para que los egresados tuvieran una universidad y los jóvenes ya no salieran a otros pueblos a seguir estudiando…
- ¿El gobierno en ese aspecto cumple con su tarea de ayudar a estos pueblos?
- La verdad casi no. Si hubiera otra universidad todos podríamos tener una carrera, desempeñarla en Ixtepec y no salir del pueblo.

Juvencio Rivera Sainos se acercó a ver qué era lo que la amable Angelina, su compañera del 6º semestre del Bachillerato Octavio Paz de Ixtepec, me estaba platicando y quiso darme su versión de las cosas.

- ¿Platícame parte de la historia de Ixtepec?
- Los trabajos de la escuela dicen que el municipio dependía de Hueytlalpan. Pero después se independizó y forma parte del distrito de Zacatlán. La verdad me gusta mi pueblo, y no me importa si se avergüenzan algunas personas, como dicen, de hablar el totonaco. Para mí no es vergonzoso, para mí es un orgullo poder hablar totonaco y escribir poquitas palabras.
- ¿Cómo te gustaría que fuera tu pueblo?
- Me gustaría con más avances, no digo que en comunicación porque ya lo tenemos. Por ejemplo ahorita ya se están metiendo las carreteras; ojalá no sólo se queden en proceso y sigan adelante para tener mejores condiciones para poder transportar productos cosechados en el campo, y no nada más de autoconsumo, porque es importante generar una mini empresa y sobresalir. No nada más es ir a la ciudad en donde dicen que se gana dinero. Aquí en Ixtepec sí nos ponemos a trabajar, a echar a volar más la imaginación también aquí podemos sobresalir.
- ¿El gobierno, en todos sus niveles y en los ámbitos más importantes, cumple con su pueblo?
- Digamos que no cumple. Pero diría que nos apoyan, por ejemplo, con la beca de Oportunidades. Pero desgraciadamente algunos de nosotros no aprovechamos como debe ser, no le tomamos importancia. Y antes no había ese apoyo, y algunas personas me comentaron que para obtener una profesión debieron trabajar. Pero en nuestra actualidad, y hoy en el bachillerato, nos están apoyando cada dos meses con mil pesos o mil 200 pesos, esto de acuerdo al aprovechamiento de nosotros.
- Gracias. Nos vemos.

Me fui caminando hacia las ruinas de un antiguo templo del siglo XVI que están a espaldas del actual templo de la Asunción. El agua estaba por llegar, y no me refiero a la lluvia, que en este sitio es pródiga, sino al agua entubada, que el presidente municipal, tras cincuenta años de haber instalado las tuberías domésticas en un falso sueño que ya es historia, por fin traía de un manantial a treinta kilómetros detrás de las montañas. No sé si cambian o no los habitantes totonacas de esta parte de la Sierra, si sólo se sincretizan sus costumbres con las modas que llegan de la ciudad de Puebla y dan por resultado fenómenos como el abandono del vestido tradicional o el joven de peinado punk y camiseta negra con un Ché Guevara en el pecho que me pidió un cigarro de camino a la iglesia, lo que está claro son sus deseos por mejorar sus vidas, el hambre tecnológica de los jóvenes que imploran por un mejor servicio de Internet. Y ahora con su agua entubada, pues ellos sienten por fin que están pisando la modernidad.

Referencias
Totonacapan, José Luis Marmolejo, Universidad Veracruzana, 1980.
INEGI, XI censo general de población y vivienda 2000






martes, 10 de mayo de 2011

Blusas y colores



Entrevista con Socorro Añorve, tejedora de Tlacoachistlahuaca, Gro.
Abril, 2006

- ¿Nos puedes explicar un poco, esa blusa es azul..:?

- Es azul, con flores de colores, diferentes flores. Son hilos de hilaza, hilo de vela -como le llamamos nosotros-, y este es hilo de cono. Esta blusa se plancha, se lava a mano, no se lava en cloro porque es un hilo que si lo lavas en cloro se mancha, todo es en el telar de cintura.

-¿Esos colores son nuevos?

- Pues nosotros le vamos buscando para que quede bonito el telar, o sea, combinamos los hilos.

-¿Han metido nuevos colores..?.

- Ajá, varios colores, diferentes colores para que resalte; este es anaranjado, también con varios colores y este amarillo pálido, con hilo color vino. Este es un rojo, mire. Igual le va uno combinando el hilo, este es color tierra, mucha gente nos piden estos colores, vamos cambiando como nos van pidiendo. Si nos dicen “queremos este color”, cambiamos de colores, de hilo. Este es verde con rosa, este es un rojo con muchos colores también.

- ¿Qué tiempo tardan en hacer una blusa de esas?

- De estas un mes y medio, hacer una blusa, porque se tiene que tender el hilo, después de que los tiendes los cuentas, después lo arreglas y empiezas a tejer. O sea, no nada más es tender el hilo y hacerlo, sino que debe de tener su forma para que salga bien y quede bien acomodadito el hilo. Hay una ropa que no hacemos bien, queda muy rala.

-Ese trabajo que estamos viendo ¿de cuántas personas es?

-Somos varias de aquí, y de Huehuetonoc también, o sea, no nada más de aquí, porque yo tejo, pero también bordo chaquira, hacemos blusas de chaquira, y a veces, cuando no queremos hacer blusas de chaquira, hacemos punto de cruz. O sea, de todo hacemos, de todo le buscamos para ver lo que sale más y se vende más rápido.

- ¿Que es más difícil, tejer o bordar?

- Entre hacer esta blusa y hacer una blusa de chaquira es más difícil este (el tejido), porque este hilo es más delgadito y tarda uno más. Aunque vayas tejiendo rápido no avanzas, porque es muy poquito lo que teje uno. Esta es una carpeta de un metro, esas son servilletas que nosotras ocupamos acá para tortilla; pero allá, en otro lado, la ocupan para tapar computadoras o poner al centro de una mesa o ponerlas en la pared. Y el mantel es hilo de hilaza, ahí traen las compañeras un mantel.

-Y el mantel grande ¿cuánto mide?

- Este es de tres metros.

- ¿Cuánto tiempo se tardan haciendo un mantel?

- De estos nos tardamos casi tres meses

- ¿Y todo es a mano verdad?

- Todo a mano, es un hilo, o sea, tú vas tejiendo el hilo y vas tejiendo el mantel, a mano. Y todo es sentada, pues, a tejer.

- ¿Cómo van poniendo los colores?

- Uno los va combinando a su manera, ve que le tiene que salir bonito.

- De acá del corazón pues…

- Ajá, uno siente lo que tiene que echar en cada color

-Están hermosos.

- O sea, nosotros comparamos varios colores y ya los pegamos y vemos con qué coincide, con qué hilo va junto y con cuál hilo no va junto.

- ¿Estos son los colores que más usan?

- Los regulares son los colores fuertes, bueno, acá, pero en otro lado les gustan colores tristes, o sea colores bajitos, no colores vivos; en otros lados les gustan estos colores como este y así. Pero no podemos estar haciendo experimentos, no lo podemos hacer porque no hay salida, tenemos bastante ropa aquí y el dinero invertido, no tenemos dinero, porque la ropa no se nos vende y, a veces, hacemos otras cosas porque la artesanía no sale.

- A ver, ahora los precios. ¿Por qué cuesta un vestido más que otro?

-Este huipil cuesta mil pesos, porque es más grande, las flores y el tejido aquí son diferentes. Se termina de hacer este rojo y se echa el azul, lleva más trabajo y es más largo también, depende el largo y el ancho y la combinación de la hechura de los lados. Ese sale en 800, ese negro, pero está menos largo. Estos son los precios aquí, porque ya saliendo a otra ciudad es más, 100 ó 200 pesos por el pasaje de ida y venida. Y cuando no se vende allá, nomás gastamos en pasajes y para regresar. Yo soy la única que salgo porque a ellas les pega el marido… (risas)

-Pero hacen la venta

-Aja, hay veces que va uno y se vende. A veces decimos ¿por qué no trajimos mas?, pero nunca sabemos cuándo se vende y cuándo no. Las blusas las damos aquí a 250, claro que esto no nos sale, ni lo del tiempo que perdemos, o sea, lo del tiempo que lo teje uno. Pero nosotras estamos acostumbradas a hacer esto y de esto vivimos, pues nosotras sentimos que está bien el precio, hay mucha gente que dice que trabajamos mucho y no sale mucho, pero ya nosotros estamos acostumbrados de esa forma, que así es, esta batita en 600 porque nada mas trae abajo bordado y arriba, o sea, tiene un poco menos de trabajo, pero es igual, porque aquí también se tiene que tejer fino para que se vea bonito.

- ¿Y cuántas horas trabajan al día?

- Nos paramos como a las seis, siete, nos sentamos (a tejer) a las nueve; se para uno a la una o a las dos -depende la hora de la comida-, para hacer la comida, se sienta uno otra vez como a las cuatro y se levanta uno cuando ya no se ve, porque la luz es importante.

- ¿Pero no usan anteojos ninguna de ustedes dos?

- No, todavía no, paro hay unas señoras de mi grupo que sí usan anteojos.

- ¿Si se acaban la vista?

- Sí, se cansa uno, pero más de los brazos y de la cintura.

- Gracias.