viernes, 7 de septiembre de 2012

Juárez, sí Juárez


Finca Puebla, 21 de Marzo de 2012. El natalicio de Benito Juárez es una coincidencia paradójica en mi visita a esta enorme plantación de café de doce mil hectáreas en el municipio de Xicotepec de Juárez, Puebla, llamado popularmente Villa Juárez. En una triste población llamada La Ceiba se toma un camino de terracería que asciende sinuoso entre cafetales custodiados por árboles de cítricos, chalahuites, cedros palo de rosa y chacas de troncos brillantes y rojos; pájaros papanes emiten sus ruidosos graznidos ante una impasible exuberancia verde oscuro que se extiende como una alfombra infinita de cafetos que ya han perdido sus cerezas rojas, pues justamente venimos al final de la temporada de pizca del café.

La Finca Puebla, dividida en seis secciones, es propiedad de un ciudadano alemán que nadie de nuestros contactos conoce; eficientes brechas en buen estado lo llevan a uno de una sección a otra entre paredes de cafetos, algunos hasta de tres metros de altura, verdaderos árboles; en el camino nos encontramos camiones de tres toneladas de modelo reciente llevando su carga de cerezas hacia el beneficio, y al llegar a la Sección Uno, primera escala de nuestra visita, nos reciben unos edificios escolares modernos y comunes con dos flamantes camionetas negras estacionadas a la entrada. Un enorme y sonriente policía empistolado nos da la bienvenida, para subirse luego a una de las camionetas y perderse en las sinuosidades del monocultivo.

Nuestra estancia en la primera sección es breve y productiva, entrevistamos a maestros y funcionarios educativos y tomamos las fotografías escolares que nos han encargado; el itinerario nos lleva ahora a la sección cuatro, donde hacemos lo propio. Nada indica que vivimos hoy uno más de los festejos por el natalicio del indígena más importante que haya tenido México, don Benito, y el día transcurre como se prevé que lo hacen todos y cada uno de los días del año, entre los ruidos selváticos de los papanes y esporádicos motores de los camiones que transitan en la espesura. Nada de lo que vemos nos indica pobreza, necesidad, marginalidad, pero descubrimos muy pronto que esta es una imagen ilusoria. Es la hora de comer y la pobreza, representada por cientos de trabajadores y trabajadoras de todas las edades, se hace presente como una imagen buñueliana desde los cuatro puntos cardinales. ¿Quiénes son?

“Buenas tardes” repetimos una decena de veces a su paso. Son los pobres más pobres, padres de los niños cuyas escuelas hemos venido a visitar. Desheredados infinitos que viven seis meses en la humedad de su sudor para cortar cada uno de los frutos del oro verde que aquí inicia su tránsito hasta nuestras alacenas. La masa de migrantes se acerca desconfiada y solemne a que les sirvan el plato de arroz que hoy toca en el menú, como todos los miércoles; no hay sonrisas, ni juegos, ni empujones, ni soeces retozos sexuales como suele haberlos en otros grupos de obreros o albañiles que se aprestan a disfrutar de su descanso intermedio; estas personas están tristes, sucias y enojadas. ¿Quiénes son?, reitero mi pregunta a la maestra que me acompaña. Me responde con la mirada. No son nadie, son los Nadie de aquel poema de Galeano, “los hijos de nadie, los dueños de nada. Los nadie: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, re`jodidos”. Cómo resonó ese poema en mi cabeza mientras los miraba, mientras ellos no me miraban y desviaban la vista para no verme, para no encararme, para desaparecerme.

Los trabajadores migrantes en el interior de México pertenecen a un segmento desconocido de la migración económica, carecen de atractivo periodístico y de impacto económico con sus salarios de sobrevivencia. Vienen de la alta sierra totonaca, de las cumbres de Domingo Arenas, Veracruz y de las barrancas de Vicente Guerrero, en Puebla. No han tenido educación, viajaron de niños con sus padres a recoger los frutos de la naturaleza cultivada en tierras ajenas y ahora viajan con sus hijos a los mismos lugares. En Puebla había tres fincas cafetaleras que los recibían, ahora quedan solo dos, porque los deprimidos precios internacionales del café quebraron a una de ellas. La Finca Puebla es una de las más grandes, apenas inferior a la Finca Tianmakán (“buena mano” en tutunakú) también llamada Oro Verde, propiedad de otro alemán, e igualmente en territorio municipal de Xicotepec de Juárez. Las familias llegan en octubre y se van en marzo, y aunque está prohibida la fuerza de trabajo infantil, se las arreglan para que después de los ocho años los niños y las niñas rindan la productividad de un adulto, llevándolos al campo con el pretexto de que deben cuidar a sus hermanitos más pequeños, cosa que también hacen, por cierto, los pequeños de cuatro a ocho años.

Ante tanta carencia y tan evidente desamparo el gobierno creó un sistema educativo para hijos de migrantes con buenas intenciones y poca planificación. Al menos en este estado, pues se sabe que en otros marcha mejor. “Trabajamos con  unos niños quince días, nos vamos el fin de semana, regresamos y esos niños ya no están, ahora están otros niños, entonces volvemos a empezar. No hay continuidad, los niños se van a sus comunidades porque ya les pagaron, o porque ya no les gustó y se van, y llegan unos nuevos".

Tomar clases de día es imposible, los infantes trabajan “cuidando a sus hermanitos más pequeños”, la única opción posible es en la noche, de seis a ocho, de siete a nueve, dependiendo de la disponibilidad. El programa enfrenta la desconfianza de los padres, en primer lugar ¿estudiar para qué? ¿para leer qué? ¿para contar qué?, en tanto que la SEP envía estudiantes voluntarios de la Universidad Pedagógica Nacional, en modalidad de becados, para enfrentar el reto, prácticamente con las manos vacías.

El resultado es incuantificable, escapa a estadísticas y a los controles acostumbrados en las escuelas normales por la movilidad perenne de los niños; no hay exámenes, no hay calificaciones, no hay grados. En muchos momentos tampoco hay alumnos. Y los que había la semana pasada han emigrado y hoy llegaron otros, que partirán en dos semanas o en un mes. “Ahorita vienen solo cuatro –me dice la maestra–, ya no tardan en llegar, vienen cansaditos”. Lo que queda de fuerza en esos niños a las seis de la tarde la dedican a obtener una vaga idea de lo que significa “la educación”, a veces obstaculizada aún más por las fronteras del idioma, pues en una zona totonaca los maestros de la UPN son hablantes del náhuatl: “tenía que aprenderme esos idiomas, sus lenguas maternas, cosa que hice, pero muy poquito, porque el totonaco no tiene nada qué ver con el náhuatl”. Hay rutinas educativas sin embargo, hay juegos didácticos que ingeniosamente las maestras inventan ante la carencia absoluta de materiales didácticos; por lo demás, bien les vendrían una caja de lápices, unos cuantos cuadernos, libros de texto aunque fuera usados; gomas, sacapuntas y, ya entrados en gastos, un sueldito formal, una manga y botas de hule para la constante lluvia; ayuda en el transporte, seguridad social. Bueno, se conformarían hoy con que se les pagara los emolumentos de su beca que a finales de marzo no han recibido en todo el año.

En fin, es un esfuerzo interesante de las autoridades educativas, es una buena idea, pero al menos en Puebla carece del apoyo institucional adecuado y de una planeación profesional capaz de seguir la trayectoria de esos niños para ofrecerles una verdadera educación. Es un simulacro que resultará dignificado con nuestro trabajo de campo como una experiencia presentable para el elegante libro que estamos ayudando a construir. Felicidades, licenciado; gracias por su esfuerzo, señor director. Es nuestro papel de ayudar a los niños de México; no quedará un solo niño sin educación. Fotos de plana entera de sus bellas caritas, la maestra sonriente; fotos del dibujo del artista niño sobresaliente, portada asegurada. Apretones de manos, flashes, ceremonias. El sindicato está contento, los becarios quizás consigan una plaza; el presidente y su señora estarán felices.

Por ahora, pasan a comer el arroz que corresponde a este miércoles 21 de marzo, Día de don Benito.

-       ¿Día de quién, mamá?
-       Come, hijo, come.


Foto: la maestra Jeny en su aula-recámara