jueves, 18 de agosto de 2016

De lo perdido lo que aparezca

A su agraciado conocimiento sobre las pulquerías y la mitológica bebida de los mesoamericanos, don Juan López Cervantes pasó en su relato al activismo urbano desde una organización que ayudó a fundar llamada la Unión de Barrios. Una preocupación de vecinos que remonta la historia, la política, el arte y la arquitectura. Acababa el gobierno de Manuel Bartlett al estado de Puebla y comenzaba el de Mario Marín; también terminaba un siglo, el de la transformación de esta ciudad cuatro veces centenaria.


Centro de Convenciones de Puebla

Las pulquerías tenían vitrales, emplomados, pero hasta eso se ha estado perdiendo. Ahora todo eso ya se perdió con la modernidad, todo recto, todo cuadrado, como cajón y sin ninguna gracia, ningún arte, eso ya se perdió. Eso fue una pérdida para nuestro pueblo porque, los pueblos indígenas… nada tengo contra los españoles, porque después de todo somos una fusión de las dos razas y todos cooperamos con nuestras respectivas cosas y enriquecieron una cultura que no existía en España. Por eso Puebla es tan extraordinaria. No es española, y los que dicen que es española, mienten. No es española, nuestra ciudad es especial, es mestiza, donde se fusionan las dos culturas. Y eso lo vemos hasta en las iglesias, donde vemos angelitos con facciones indígenas y eso forma parte de la gente que vivió acá.  Ahora se ha venido sabiendo que Puebla no era un terreno baldío, como nos enseñaron. Hubo aquí asentamientos que dejaron cultura. Y claro, una cultura hasta cierto punto inferior porque los españoles trajeron el uso de la pólvora, el fierro, la rueda, que nosotros no conocíamos. De eso sí estoy consciente que vino de allende de los mares, pero también nosotros  pusimos nuestro granito de arena para ser lo que ahora somos. Yo, verdaderamente, ahora que ya soy viejo, siento tristeza cuando veo que están derrumbando una casa. Como ahorita allá en Analco donde están, según ellos, remodelando casas. Están tirando lo de adentro y nomás el puro cascarón están dejando afuera. Verdaderamente, no sé, yo entiendo que las gentes que cuidan de nuestro acervo cultural, monumental, pues otorgan con muchas facilidades las licencias para que se hagan las obras. Antiguamente había un señor Castro, que era del INAH, y para el que quisiera abrir una ventanita o abrir más ancha una puerta de una casa antigua, tenía que llevar un bosquejo, un dibujo donde constara lo que iba  a hacer, la fisionomía, el entorno de lo que iban a hacer; ahora, nomás vea usted, ahorita precisamente hay una casa muy bonita en la calle del Callejón del Muerto, ahí en la 12 Sur, esa casa es histórica porque es del siglo XVII, hay una urna con una cruz de piedra. Ahí tiene el letrero del INAH, pero por lo menos, lo que debían hacer es decirle al barrio: “saben qué, van a remodelar esto, le van a hacer esto y aquello”, pero sólo ellos saben. Y eso, pues, no se vale. Pierde el sentido todo. La  mancha urbana se está comiendo a lo que es monumental.

Soy presidente de la Unión de Barrios. Nomás que, mire usted. Tiene uno que ser honesto. Nuestra organización fue contestataria, era de mucho empuje porque se prestaban las circunstancias, cuando fue lo del Megaproyecto. Ahora las estrategias ya cambiaron, ahora tenemos que dedicarnos más al fondo, de ir cuidado lo poco que nos queda, y entonces ahí es donde nosotros enfocamos nuestros esfuerzos.


Por ejemplo, en Analco tenemos un horno moderno, bueno, entre comillas, no es tecnología de punta, pero ya no es de leña, o tenemos de los dos: de gas y de leña. Ahora estamos comenzando a trabajar barnices que no contengan greta, o sea plomo, porque usted sabe que uno de los motivos por el que las puertas de Estados Unidos se cerraron a la alfarería de México, fue precisamente el plomo que contenía el decorado de las cazuelas, de las vasijas, de las ollas. Si por eso fuera ya tendríamos cáncer todos los mexicanos. ¡Toda la vida! Cuando destruyeron ahí en el Estanque de los Pescaditos y sacaron los hornos, encontraron muchos cacharros que tenían decoraciones de plomo, y son del siglo antepasado. Pero bueno, como los gringos están hechos de azúcar, no pueden comer con eso porque les da cáncer. Entonces nosotros tenemos que ir viendo y adaptando poco a poco a las circunstancias. Imagine que es una industria que tiene cientos de años en la calle de Carrillo en (el barrio de) la Luz, que fue el centro alfarero más grande del país. Inclusive  se exportaban a Manila los jarros y las cazuelas que se hacían allí. Todo eso se está perdiendo. Pero nosotros, queriendo preservar eso, queremos adaptarnos al medio. Por eso estamos y trabajando en lograr una alfarería que no tenga plomo. Afortunadamente ya en México se produce un barniz transparente, con mucha calidad, que aguanta la cocción y que no contiene plomo. Hay algunas instituciones universitarias que están trabajando muy fuerte en ese aspecto, una de ellas es la UAM Xochimilco, la Metropolitana en México y también la de Azcapotzalco, están trabajando en sus laboratorios y se está logrando algo.

Después de cinco años que vamos a cumplir trabajando en el horno, pues ya le encontramos sus mañas, como decimos entre nosotros. Ya sabemos qué es bueno para el horno y qué no es bueno. Ahora sí puedo decir con toda certeza que se puede hacer en un día lo que antes llevaba ocho días. Y lo que dijeron los que nos hicieron el horno, de que podíamos quemar hasta tres veces al día, pues, sí, se puede quemar pero no descargar. El día que lo intentamos nos tronó nomás con el puro aire la loza, porque como sube hasta al rojo vivo, como si fuera metal, de pone rojo el barro, porque sube un poco más arriba de los 700 grados de calor, sí tiene su chistecito, pero nosotros hemos tenido que ir encontrándole. Gracias a Dios, podemos decir que está funcionando el horno.

Nosotros no y tenemos patrón. A nosotros nos habló Segusino. Dijimos ¿por qué no? Nos invitó a sus naves que tiene allá en Chipilo y sí, nos daba material, los barros, porque son unos barros especiales (ora sí que “no cualquier barro hace jarro” ¿no?), nos proporcionaba herramientas, nos proporcionaba hornos, nos daba diseños –según él, modernos, de los que se han fusilado donde quiera. Es la verdad, yo no creo que me vayan a demandar por eso- y hasta dinero para que nosotros nos pudiéramos movilizar. El problema era que nos iba a comprar toda la producción que nosotros hiciéramos, pero él era quien iba a determinar los precios. Ahí fue donde a nosotros no nos convino. Porque si yo hago, por ejemplo, un jarro, ahí digo que este jarro vale un peso. El material que le metí, el tiempo que se llevó y mi habilidad manual. Y ese señor, con gentes que no estaban tan avezadas, porque tenía muchos alfareros y muchos carpinteros, muchos artesanos a quienes estaba explotando, pero eso ya no siguió, ahora está de jefe de Economía, Zaraín. Entonces yo le dije: “sabe qué, usted lo que quiere es tener mano calificada sin que le cueste, sin ninguna ventaja, ni seguro social ni nada.”

Ahora nosotros producimos en cantidad piezas de barro negro, que no es barro, sino barniz horneado, como candeleros y sahumerios. Hay un mercado, el Sonora, que es donde están los mayoristas y es ahí donde nos compran nuestra producción, porque ya al “centaveo”, como decimos nosotros, ya no conviene. Claro, también hacemos ollas, hacemos jarros, hacemos vasijas de ese tipo, pero esas vasijas... pues sí convienen y no convienen ¿por qué? Porque no como quiera salen. La mayoría compra plástico o peltre o cosas de esas. Y por ejemplo, una campana vale setecientos, ochocientos pesos, ya no como quiera los sueltan, esas son cantidades grandes. Y nosotros tenemos que comer todos los días. Entonces nuestra loza le sale barata.

Ahora nosotros en Analco estamos tratando de hacer piezas exclusivas: jarrones, floreros, maceteros con cierta calidad artesanal, para que una pieza que nos cuesta cinco pesos la podamos vender a cien o doscientos pesos. Y ahí nos conviene a nosotros, menos y trabajo, menos material y es ahí donde se motiva la inventiva de cada uno. Sin falsa modestia yo ya soy viejo, estoy pensionado por una fábrica, entonces yo soy gente de pocos gastos, con que tenga para comer, para vestir, aunque sea modestamente, es lo que necesito. No sigo que me alcance con eso, tenemos nuestras busquitas, nuestras ayuditas, pero nos las vamos pasando.

Lo que yo he querido siempre es incentivas a los jóvenes. Que aprendan. Allá en mi barrio donde son medio bravos, los muchachos son muy creativos, hacen calaveras, hacen figura y media. Yo les dejo manos libres. Y lo que hacen, que se lo lleven, que sepan lo que pueden hacer ellos con sus manos. Claro que para eso se necesitaba un capital para organizarlo bien. Nosotros, como tuvimos que pagar ese apoyo que se nos dio, pues apenas estamos saliendo. Los que estamos trabajando ganamos algo, pagamos renta, pagamos luz y todos nuestros gastos, y de ahí ha tenido que salir. Afortunadamente ya nomás debemos tres mil pesos. 


Ese es nuestro trabajo en la Unión de Barrios, tratar de conservar nuestras tradiciones. Teníamos un proyecto hermoso, pero bueno, donde intervienen los políticos ya se sabe que lo echan a perder. Se trataba de una escuela de artesanía donde se iba impartir conocimiento por auténticos maestros artesanos, clases de vidrio para vitrales, emplomado, gente que trabaja la madera, ahorita en Analco hay un “boom” de muebles rústicos, a donde yo me he metido a aconsejarles una cosa: que le den calidad. Aunque sean rústicos, que le den calidad, que los espiguen, que los trabajen para durar, no sólo para vender, sobre todo que la madera no sea de la corriente. Los hornos de pan. Analco, allá en sus tiempos, se llamó la universidad de los panaderos. De Analco salió la famosa cemita poblana, de allí salieron los borrachitos, que se llaman, envinados; de allí salieron lo que ya se está perdiendo: los pambazos, los cocoles, los colorados, los raspabuches, que se hace con salvado y piloncillo; eso se come con arroz con leche y es la cosa más exquisita, es un manjar que se ha perdido y las nuevas generaciones no lo conocen. Todavía hay algunos hornos donde se trabaja ese tipo de pan al estilo antiguo. Entonces eso forma parte de nuestro trabajo como Unión de Barrios.

La Unión de Barrios nació para la preservación de nuestras raíces. Entonces a mí no se me quita la idea de que ese proyecto de la escuela es algo que todavía lo podemos hacer, sería autosustentable. Porque, por ejemplo, tenemos gente que vaya a aprender a hacer las cemitas o cualquier tipo de panes, pues ahí mismo se puede vender. Esa es la idea. Lo hermoso de este proyecto es que pensamos que sea autosustentable. Tenemos a los maestros que están más que dispuestos a ir a dar clases. “Cómo no –dicen-, nosotros vamos ahí a enseñar a la gente cómo se trabaja el  vidrio, cómo se graba, cómo se bisela...” Obras de arte, obras de arte todavía salen de Analco en cuestión de  vidrio. Teníamos a don Mariano López que por desgracia ya falleció. Ese señor hizo unos altares nomás para Jerusalén, nomás. En Jerusalén hay un altar para la virgen de Guadalupe que lo hicieron acá y lo fueron a armar allá.  ¿Usted cree que no sienta yo orgullo? Yo no soy poblano, yo nací en el estado de Hidalgo, nomás que me trajeron muy pequeño, crecí, me hice adolescente, hombre y ahora ya me van a enterrar aquí en mi Puebla, porque soy poblano, me volví poblano. Y yo creo que quiero a Puebla como si fuera mi tierra. Por eso me enojo mucho cuando la destruyen, cuando la ningunean. Siento que aquí en Puebla, en vez de andar trayendo ahí tantos proyectos “maravillosos”, que dejaron Analco como si ahí hubiera sido la guerra de Kosovo, puras casonas deshabitadas, llenas de alimañas. Ahorita, con ese señor Marín, que le dieron una lana para recuperar los barrios, lo que hizo fue dale una manita de gato, la mandó pintar, mandó tapiar donde estaban los zahuanes derruidos, pero por dentro sigue igual. Y nos hacen falta, yo estoy oyendo que hacen falta lugares para estacionamiento, pues en esas casas puede haber, hay espacios cerca de... del cómo se llama, de ese cajón que hicieron... el de Convenciones, que de veras. Yo conceptué que ese señor Bartlett era muy capaz, muy bueno, porque había sido secretario de gobernación aunque se le cayó su sistema, pero bueno, fueron gajes del oficio; después fue secretario de educación ¡a nivel nacional! Dije, no, pues si va a venir de gobernador, Puebla se va a ir pa´arriba Y qué le dio. Le dio en la torre, la destruyó. Todos los barrios los destruyó completamente: talleres, viviendas, fábricas. Y él con su proyecto nos vino a destruir. ¿Y qué nos dio a cambio? Un cajón volteado al revés sin ninguna gracia, ningún arte, ninguna nada. Lo único fue un poquito de talavera para que no dijeran que no había talavera en Puebla. Él, que tuvo oportunidad de andar en muchos lugares del mundo, que es una persona cultivada, hubiera escogido lo mejor. No es que no lo quiera, pero cómo lo voy a querer si vino a destruir nuestra ciudad.


Va a llegar el momento en que Puebla ni va a ser poblana ni va a ser remedo de ninguna cosa, ni siquiera de los Estados Unidos. Yo no sé. ¿No es un desperdicio?, ¿no es para indignarse?, ¿no es para morirse de coraje? Y nuestras gentes... pues, todos se echaron a correr, los hornos ya no existen, los pocos necios que quieren vivirlo aquí siguen, porque todavía hay algunas gentes como yo, pero la mayoría se fue a las Infonavits, a Fuentes de San Sebastián, a Bosques de San Bartolo, a Agua Santa. En todas partes hay gentes. Y lo curioso es que, cada vez que hay fiesta en Analco, bajan todos a “su barrio”, a la fiesta. Eso es lo que queremos conservar en la Unión de Barrios, los pocos que hemos quedado. México necesita que trabajemos, que produzcamos, que de lo que se haya perdido, hay que irse para atrás y que comencemos, porque si no cuándo, vamos seguir miserables. Eso es lo que a mí me mueve. Yo tengo hijos, tengo unos diez hijos y me dicen: “jefe, para qué le haces, déjalo, nosotros ya tenemos de qué vivir, somos trabajadores, para qué te afanas, te cansas, no recibes un quinto, no duermes y todo de gorrita café. Hasta que un día te vayan a dar una golpiza. Ya deja eso.”  Respondo: el día que yo deje de ser lo que soy, mejor ya échenme la tierra encima. Yo nací así, tengo 75 años y así pienso morir. 

jueves, 11 de agosto de 2016

Pulques poblanos



Juan López Cervantes tenía 75 años cuando le realicé esta entrevista; vecino de la ciudad de Puebla, con más de cincuenta años de vivir en el barrio de Analco, un barrio de los más tradicionales de aquí de la ciudad de Puebla, me absorbió con su plática desde las primeras palabras, que en el tema de las pulquerías inevitablemente me recordaron los relatos de Guillermo Prieto de aquellas pulquerías desplazadas a los suburbios de la ciudad de México con nombres singulares como Las Cañitas, La Pelos, Don Toribio, Celaya entre otros tugurios para “gustos fuertes”. Así en Puebla, en recuerdos de don Juan, cuando la gente solía reunirse después de sus agotadoras jornadas a tomar el tradicional elíxir mesoamericano “una cosa barata que era lo más extendido, porque no había tantos productos de otra índole para alegrarnos”.


Los de abajo

Yo voy a referirme a dos cosas, primero, Puebla allá por los años veinte, treinta, cuarenta era una ciudad industrial, pero a la vez agrícola porque había muchas zonas agrícolas alrededor de la ciudad. Entonces los que consumían el pulque eran los trabajadores, concretamente del los ferrocarriles y las fábricas que había muchas, era una cosa hermosa. Amanecer los  días era un concierto de silbatos de las fábricas llamando  a sus trabajadores, cosas que desgraciadamente Puebla dejó perder, después de ser una ciudad tan industrial, textil, la primera en la república mexicana, porque aquí nació la industria textil con don Esteban de Antuñano, entonces Puebla era eminentemente textil, o sea que la economía y la fuerza de trabajo se hallaba en las fábricas textiles y en los transportes como los ferrocarriles. Así eran los ferrocarriles de importantes, era terminal, había casa redonda, había ferrocarril interoceánico, ferrocarril mexicano, el mexicano del sur, donde convergían las diferentes rutas para Veracruz, para Oaxaca, para diferentes partes de la república.  Esto viene a cuento porque las gentes que trabajan en esos centros, era gente trabajadora que no tenía mucho para gastar y que se alegraba, entre comillas, en el pulque. Por eso quiero referirme a las pulquerías como punto de reunión, eran unos establecimientos que consumían  del mejor pulque que venían del estado de Tlaxcala, de Puebla inclusive de Hidalgo.


Las pulcatas

Para hacer una especie de cronología –o no sé cómo se le llamaría-, alrededor de las estaciones había muchas pulquerías, lo que a mí me llamó siempre la atención, desde chamaco, fueron los nombres que tenían esos establecimientos. Era por ejemplo, allá en la 11 y la 10, había una pulquería que se llamaba La Sangre manda, había La Rielera, había El pueblo feliz, en la 9 norte y 8 poniente; había la estaba La Traviesa, en la 9 norte y 6 poniente; estaba Juega el gallo, en la 5 norte; por ahí estaba El Farolito, lo que después fue El Farolazo, pero primero fue El Farolito, que estaba enfrente de la plaza de la Victoria; La mera penca, que después se llamó La gran Penca y se pasó para allá entre la 8 y la 6; estaba La Gloria, que era una pequeña pulquería que después, al agrandarse, se llamó La Gloriosa, y así podría uno seguir enumerando cantidad de pulquerías en donde se reunía la gente, la más trabajadora y donde se juntaban los mecapaleros. Los mecapaleros eran las personas que se dedicaban a cargar los bultos, las canastas en los centros de abasto, como era la Victoria, que era el polo económico en cuestión de verduras y productos del campo. Entonces estaba ahí La Dama de las Camelias, estaba La raza, estaba El Popo, El Coco, La Chiquita, Los sueños de Baco, Voy con fuerza, que es de las pocas pulquerías que existen, está en la 14 y la 5 Norte, ahí todavía existe la pulquería. Estaba Acapulco, Rincón Brujo en el Barrio del Refugio, después viene El Sabrosón, Ahí está el detalle, yendo  a San Alfonso, sobre la 18 Poniente y 9 Norte.


El respetable

Entonces, esas pulquerías se nutrían de la gente de los mercados, de los obreros que había alrededor de esos rumbos, porque ahí había muchas fábricas textiles como La Tatiana, La Leonesa, Angélica, La Moderna, muchas fábricas textiles que daban mucho trabajo a mucha gente y por eso ahí se reunían las gentes a descansar un rato y, claro, como siempre, había quien se excedía, pero entonces no había “win”, no había alcoholes de otro tipo mas que había pulque. Sí había una cosas que se llamaba el caliente, había una vinatería que se llamaba La industria, y ahí vendían un alcohol al que revolvían una piedra llamada alumbre, y eso hacía que la persona que lo consumía se le hincharan sus pies. Por eso entre la gente pobre de nosotros le llamábamos a esa cantina vinatería, le llamábamos El cementerio de los elefantes. Esa estaba en la 16 poniente y 5 norte. Apenas, hace poco tiempo la acaban de quitar, todavía existía. Había otra que se llamaba La Cámara de Gases. Esos eran los nombrecitos folclóricos que salían del pueblo, no salían de nadie más, y aparte de que ahí se juntaban los dirigentes y los líderes de aquel tiempo, porque debo de enterar que los principales introductores de pulque son gente connotada que ahora ya son millonarios, uno de ellos fue Luis Flores, otro señor fue Reyes Huerta, ahí comenzó a hacer sus dineros. Ellos fueron trabajadores de una introductora mayor que se llamaba La Ñora, tenía su encierro en la 34 poniente y 9 norte. Fueron sus jicareros y ayudantes en el transporte y en el manejo del pulque y después se volvieron ellos distribuidores. Luis Flores fue después dueño de una cantidad de terrenos enorme, ahí donde ahora es Abastos, el Rancho del Conde era de Luis Flores. Y se hizo multimillonario. Y qué decir de Reyes Huerta, que gracias al pulque hizo su fortuna y de ahí...


Calidades

También en los pulques había clases, había pulque pulque, pulque fino, que era de maguey manso, que era un magueizote grandotote, era el mejor pulque, se decía que le faltaba un grado para ser carne, nomás le faltaba el hueso, y luego había pulques corrientes que eran de maguey corriente, que esos por lo regular se daban aquí alrededor de la ciudad. Lo que diferenciaban a unos con otros, era que el pulque bueno, el bueno-bueno, no hacía mal al estómago, era una cosa buena; en cambio el otro que le decían choco, entre los peladitos le decíamos el choco, ese pulque era de maguey corriente y hacía muchas veces daño al estómago, le soltaba a uno el estómago.  Por eso en las pulquerías decía: pulques finos de Nanacamilpa, o pulques finos de Apan, de Atayangas, que eran los pulques muy finos, los de Tlaxcala, pulques de maguey manso, un maguey que hasta se veía azul. Y los introductores, como siempre, revolvían uno con otro para que no sintiera uno feo, pero en eso se diferenciaban los pulques.


Los curados

Los pulques curados es como el aderezo que se le pone a la comida o como cuando una mujer se pone guapa para verse bien. Así pasa con el pulque, para que les sepa a los paladares exquisitos que no les gustaba el sabor del pulque, pues lo curaban. Había de mango, de huevo, de arroz, de camote, de piña, de tuna, el más famoso,  era un pulque muy famoso que se tomaba casi excepcionalmente en la fiesta de Corpus, el pulque de tuna. En su confección se usaba almíbar de tuna, y tenía sus compuestos, algunos le echaban piñón o le echaban cacahuate, rebanadas de plátano macho, entonces eso era el pulque curado de tuna, había de apio. Esos son los que se llaman curados. Después, ya con la degradación de los pulques, había unos que se llamaban curados pero no eran curados, eran licuados ¿por qué licuados? Bueno, yo hablo porque yo los tomé, yo los consumí. El curado nomás metían a la licuadora la fruta, le echaban el pulque, le ponían azúcar, los menjurjes que nunca les faltan y fermentaba el pulque. Por eso dolía la cabeza con ese pulque, como llevaba azúcar, más el azúcar de la fruta, pues siempre se subía más y hacía más daño. Pero esos eran licuados. Pero el verdadero pulque curado era otra técnica. Había fruta que se maceraba, se exprimía y se colaba, y se le echaba también sus menjurjes, algunos llevaban leche, como el de piñón. Eran pulques que eran muy pesados para la digestión, porque llevaban cosas de mucho peso alimenticio. Esos eran los curados. Así que aquí hacemos la aclaración: uno es curado y el otro es licuado.


Mitos del pulque

El famoso muñequito. Al pulque, para acelerar su proceso de fermentación le echaban babilla de nopal, del corazón del nopal o de la misma penca para que fermentara. Y de ahí vino el mito de que le echaban una muñeca de excremento, que le echaban un calcetín calcetero, no. Lo que pasa es eso, aceleraban la fermentación del pulque, porque mientras no fermenta el pulque le hace a usted daño, es como si tomara usted aguamiel, y eso los conocedores lo sabían luego luego: este pulque está delgado.” “Este está bautizado”, y cosas así, pero no es que haya habido muñequitos. Claro que tampoco eran muy limpios, que digamos. Así como venía, con las manos  como las traían: no era muy limpio, nunca fue limpio, para qué vamos a hablar de lo que no es. Vamos a hablar lo que es sincero. Pero todo mundo lo tomaba así, claro que si se pasaba uno le hacía daño. Inclusive llegaba el caso de algunos facultativos, algunos médicos, a recetarles a las señoras que estaban en estado de embarazo que se tomaran su pulque, o a las que estaban lactando, que se tomaran pulque para que los niños tuvieran suficiente alimento. Ese puede ser otro mito.


Los edificios

Había pulquerías en el centro de Puebla donde se juntaba gente de más recursos, pero la gente verdaderamente pudiente mandaba a sus criados a traer el pulque, tomaban pero no les gustaba juntarse con la raza. Entre esas pulquerías estaban El Gran Salón, teníamos La Jiralda, pulquerías que era todo un espectáculo ver sus locales, con grandes lunas venecianas, auténticas venecianas, con pinturas, no murales, porque eran pinturas  de aceite, pero los señores que pintaban las pulquerías eran verdaderos artistas, ignorados. Yo recuerdo de entre esos murales había uno con la leyenda del Popocatépetl, con el Ixtlachíhuatl convertido en mujer, y un hombre que era el Popocatépetl, llorando supuestamente. Y estaba en la calle. Otro de los que me acuerdo, en alguna de las pulquerías, creo que en El Detalle y la India Bonita, había réplicas de algunas pinturas de Arrieta. Una de ellas se trata que en una mesa están jugando el Rentoy, descalzos, y por debajo de la mesa le está pasando unas cartas al compañero, con los dedos de los pies. Ese cuadro es real, lo hizo uno de los pintores más famosos de la ciudad de Puebla, de Arrieta. La réplica era con pintura de aceite pero muy bien combinada.


El Rentoy era un juego de cartas que se jugaba con la baraja española que era la común entre la gente pobre –por decirlo de alguna manera-, donde cada carta tenía una seña. El que jugaba Rentoy debía de tener una facilidad mental y una vista de lince, porque sacaba tantitito la punta de la lengua, y el compañero, porque se jugaba por pareja, debía entender la señal de que tenía un juego grande que se llamaba borrego; luego venía el Pablo, La Malilla, tenía sus diferentes denominaciones y todo a base de señas que el compañero le transmitía al otro compañero para saber qué cartas tenía para poder conformar el juego. Por eso los otros, los rivales, estaban agusados a ver qué señas hacían. Eso era lo interesante de ese juego. Estaba el rey, nomás hacía uno las cejas para arriba y significaba que tenía corona, “tengo el rey”, la jota movían el hombro, en otro movían la nariz. Por eso era simpático ese juego, era muy bonito y se pasaba el tiempo así, ingiriendo pulque. Ese juego se jugaba casi en todas las pulquerías.

viernes, 5 de agosto de 2016

Revivir


A partir de hoy vas a encontrar las entrevistas que hice a un grupo de ancianos poblanos. Algunos nacieron fuera de Puebla, pero ahora tienen más de medio siglo entre nosotros y son poblanos. Quiero manifestar mi más grande aprecio por su participación, su elocuencia y valentía al revivir historias algo dejadas en el pasado.

No se pretende aquí exponer “vidas” en términos de biografías, sino de un atisbo arbitrario a la memoria de estos hombres y mujeres que momentáneamente accedieron a hablar de sí mismos y desenterrar historias familiares a veces ya irrecuperables.

En esta colección encontrarás una muestra muy representativa de los ancianos y ancianas poblanas, los mismos que ya no vemos fácilmente en el peligroso centro histórico, pues sólo hay semáforos para automóviles y los seres humanos han de pasar la calle como puedan. Y últimamente hasta balazos. Pero los ancianos son los olvidados de hoy, marginados de planes oficiales y particulares, ignorados por propios y extraños que atendieron mi solicitud con el escepticismo propio de los habitantes de un país que no piensa en ellos, que no los atiende, que ni siquiera los recuerda. Sin embargo verán una colección sui generis de personajes que tienen más de una razón para seguir viviendo. 

Tenemos aquí al hombre que construyó colonias desde el analfabetismo, al rey que pierde un edén falsamente heredado, al impaciente estudioso, el pulquero, la aristócrata, el alfarero; licenciados y choferes; la niña zapatista, el caballo que llora, la exiliada española decepcionada, la dama del baile y el maquinista de ferrocarril. Todos ellos viven juvenilmente a la ciudad de Puebla entre los años 1920 y 1940. Aquella ciudad tan parecida e incluso idéntica a la actual, y a la vez tan distinta. Entrevisté a un hombre que lleva 60 años atendiendo su taller eléctrico automotriz en el mismo lugar de la 7 Sur; otro que fue acarreado de aquel PRI ruizcortinista en los años cincuenta; una dama que nos habla de las monjas de principios del siglo; otra que conoció a un santo verdadero. Historias para reír y enternecerse, que servirán para fundar una preocupación de muchos y la acción de nadie.


Es propósito de este proyecto de tradición oral estimular a los jóvenes antropólogos a penetrar en la técnica de la entrevista y formalizar, entonces sí, un archivo de la memoria oral poblana que tanta falta hace. Si el INEGI en su frialdad estadística nos dice que mueren 17 ancianos en el estado cada día, esas voces, de tan apreciables irrecuperables, pueden, con un pequeño esfuerzo, ser preservadas y aprovechadas.