miércoles, 30 de noviembre de 2016

Entonces realmente no había peligros

Doña Aurora recordaba a retazos, como si su memoria estuviera compuesta por tiras de tela a veces fina y a veces corriente, que al jalarla dejara jirones de hilos dorados o marrones, bonitos o feos, útiles o inútiles. Su modo de recordar me pareció familiar porque yo mismo recuerdo de esa forma, con algunos eventos fijos -como su recuerdo de los chinos- o una mezcla atemporal de los protagonistas, que en un momento son sus hermanos y al siguiente está hablando de sus nietos. Además, esa ausencia de cronología, de orden cronológico, convierte a sus recuerdos en grandes bloques episódicos: niñez, adolescencia y matrimonio.


DOÑA AURORA GARCÍA MÉNDEZ

Nací en la ciudad de Orizaba, Veracruz, ahí pasé mi niñez junto a mis padres, un matrimonio muy bien avenido porque nunca de ellos oí una mala palabra, no oí un solo insulto. Sus seis hijos recibimos muy buen ejemplo, porque dilataron mucho tiempo de casados, nos dieron una buena niñez, que es lo que significa el nacimiento de una persona, su validez.

Cuando estábamos en Orizaba, de chiquilla, tenía yo amistad con los hijos de unos chinos, y estos chinos hacían turrón de almendra, de piñón. Estos chinos tenían varios chiquillos, con los cuales nosotros nos llevábamos. Total que los chinos tenían una hortaliza mucho muy grande allá en Orizaba, que creo que todavía está, y nada más nos decían que si íbamos a recoger las lechugas y los rábanos y las zanahorias nos daban un pedacito de turrón tipo Alicante, de España, que es muy sabroso. Estos chinos ponían peroles grandes. Y a mí me gustaba ir con ellos porque hacían un caldo de toda la verdura que tenían, que era mucha, y los chinos siempre nos decían “vénganse a comer”, y nos sentaban a comer junto con sus hijos los platos grandes de caldo de verdura. Nos la pasábamos muy bien. Para mí fue una niñez muy bonita porque no había en aquel entonces maldad, fui a un colegio donde estudié hasta cuarto año en Orizaba; luego, como al Ferrocarril Mexicano lo pasaron a Apizaco, entonces nos vinimos a vivir a Apizaco.

Apizaco, cuando pasaron los talleres de Orizaba a Apizaco, pues era un pueblo, las calles no estaban como ahora están, porque realmente ahora Apizaco está bonito, tiene sus calles muy anchas, sus camellones en medio. Todas sus calles son de doble avenida, está muy bonito. Cuando yo lo conocí era un pueblo muy pobre, muy modesto, ahora se ha levantado...


Fueron unos padres ejemplares, porque nunca, hasta la fecha, ni yo digo palabras altisonantes, ni picardías, ni con mis hijos usé yo palabras, jamás los hemos tratado con groserías, pero siempre he sido muy pegalona con mis hijos, les he zumbado bien, pero cuando lo merecen. Como decía mi mamá, cuando están haciendo una cosa mal hecha hay que pegarles, no “al rato te pego”, sino al momento, una nalgada bien puesta. Y no como ahora que dicen los doctores que no, que se les debe hablar ¿usted cree que a un niño de seis o siete años se le puede hablar? porque los niños siempre han sido niños. Esa es mi opinión. Yo lo veo con el niño de mi hijo, de seis años, y es... ya no es la travesura, señor, ya es la grosería. La travesura se puede pasar, pero la grosería no se puede pasar. Bueno, ese es mi modo de pensar. La travesura sí, que tiró este vaso, pues bueno, ya se limpia, se quitan los vidrios y ya. Lo hizo el niño y ni modo. Que tumbó esto que tumbó el otro, que tiró aquello, que descompuso esto; bueno, pues es una travesura de chico, pero que haga algo que no está bien, como es el caso que viene y le pega a su abuelo, o que me pega a mí sólo porque pasa ¡me da una patada! Y eso no está bien, porque eso ya necesita un correctivo.

En aquel entonces se gastaba muy poco dinero. Porque mi madre cuando se casó se llevó a una servidumbre. Entonces recién casada tuvo a esta niña que nos vio nacer a todos, por lo tanto fue nuestra nana y se murió al lado de mi madre. Y decía yo cómo es posible que antes con diez pesos traía una canasta pero llena llena. Y eso es lo que le decía yo a mi yerno, porque él dice que “no, porque Porfirio Díaz no fue bueno”. Yo no fui de su época, ni lo conocí, pero según me platicaban mi padre y mi madre, don Porfirio Díaz fue la mejor época porque valía el dinero, corría el oro. Y todas las cosas eran baratas. Quién sabe si a usted le hayan dicho eso. Claro que también tuvo sus errores, porque por eso también lo desterraron. Porque si bien tuvo de su lado a los hacendados, que le pasaban dinero, también mantuvo en un puño a los campesinos. Ahora sí, como les decía a los hacendados “diez que te presto y diez que me debes, ya son veinte”. Entonces amolaba a los campesinos; todo hacendado amolaba a los campesinos que siempre han estado oprimidos, hasta la fecha es así.

A mi padre yo lo quise mucho, porque siempre fue un hombre muy responsable, y cuando éramos chicos, tendría yo unos doce o trece años, lo mandó el Ferrocarril Mexicano, que ahora es Nacionales de México, a Laredo, Texas. Entonces el ferrocarril les pagaba en dólar, porque era ferrocarril inglés, de capital inglés, y le pagan en dólar. Entonces a él lo mandaron a Laredo, Texas, primero, y después a San Antonio, Texas, y nos llevó a mi madre, mis hermanos y a mí; estuvimos ahí como seis meses, muy bonito que es San Antonio, Texas. Ahí estuvimos y luego nos tuvimos que regresar porque se le acabó el trabajo.

Ahí cursé mi quinto y sexo año, terminé la primaria, hasta el segundo de secundaria, y ahí nomás me quedé. Luego aprendí para secretaria, de lo cual trabajé en dos-tres partes nada más, en la Corona Extra, que fue la Cervecería Modelo, ahí trabajé como secretaria.

De Apizaco nos venimos para acá, porque mi padre y mi madre compraron una casita aquí en la colonia Santa María y aquí fue donde tuve mi primer trabajo, en la Cervecería  Modelo, estuve ahí trabajando. Antes de trabajar en la Modelo estuve trabajando con el señor Riestra, que me dio la oportunidad de trabajar aquí como agente de medicina de los Laboratorios Bayer y Merck, y luego después de eso él tuvo que renunciar a ese trabajo y por lo tanto yo también salí. Fue cuando me casé con mi marido.


Puebla era una ciudad, en realidad, chica, con muy pocos... tal vez habitantes sí había, pero tenía muy poco transporte; en realidad muy poco transporte, lo que es la 5 de Mayo y la 2 Norte eran muy tristonas para andar, lo que ahora no, ahora es un sin fin de gentes que van y vienen, vienen y van, pero antes no, era tristona la ciudad. Yo tenía una hermana –pero ya grande–, por eso yo me llevaba más con unas amigas, unas amistades de la casa, pues nos íbamos si usted quiere al cine, a la matiné. Y una que otra invitación. Porque no había como ahora tantas distracciones, antes no las había. Ahora sí hay distracciones en donde realmente peligran los muchachos y las muchachas. Entonces realmente no había peligros, íbamos a una fiestecita donde le daban a una un refresco y se lo podía una tomar con toda confianza, porque no había de que los muchachos echaran en el vaso cierta droga. Y había, claro, sus crímenes, sus violaciones, pero se hablaba de ellos muy lejanamente, siempre había más confianza. Es más, mi esposo y yo todavía íbamos al cine, salíamos a veces a las diez, a las diez y media... y no pasaba nada.

viernes, 18 de noviembre de 2016

No puedo decir que mi vida fue un desastre

Don Héctor Zéleny veía la vida con practicidad hace 16 años, cuando lo entrevisté; era la viva imagen del orgullo poblano por el buen vivir, a pesar de no poder presumir los grandes éxitos. Es una actitud pragmática de ciertos habitantes locales que hacen un balance objetivo de sus vidas en el que todo sale más o menos. “Nos vemos a las 5 PM”, dicen, y todos saben que el PM no significa “pasado meridiano” sino “poco más o menos”, que puede expresar 5:30 ó 6. Tengo lo que tengo y con ello me mantengo, parecen decir en un lenguaje cantinfleado y florido (valga la redundancia), una forma de expresión que más que afirmar niega, más que expresar sugiere. Porque le ha ido bien, más o menos.



DON HÉCTOR ZÉLENY

Nací en la ciudad de Puebla en 1927, nací en lo que es ahora el (club deportivo) Alfa Uno1, donde mi padre era administrador. Y ahí pasé una niñez, pues, muy bonita, porque en aquel entonces era lo último de la ciudad, lo último; la ciudad llegaba hasta el Paseo Bravo, una o dos calles más allá, y en aquel entonces todavía estaba rodeado de alambre de púas, era campo.

En lo personal, yo viví una niñez muy bonita, entre árboles, pájaros, perros, borregos, de todo, porque en la casa de ustedes en aquel entonces era un Arca de Noé, había mucho animal. Puedo decirle que era en aquel entonces el centro de reunión de la alta sociedad poblana, lo más granado que se podía encontrar aquí en Puebla. Con mi papá de administrador, uno tenía sus privilegios ahí dentro. Yo crecí entre gente como Don Guillermo Jenkins, los Naude; iba para allá Maximino Ávila Camacho en aquel entonces; todos, era en el centro social de la ciudad. Entre canchas de tenis, ahí crecí yo. Posteriormente, allá por 1953, cuando murió mi padre, tuvimos que salir de ahí. Y a trabajar y vivir y sudar la gota gorda.

Estudié primero en el Instituto Oriente, de los jesuitas, y de ahí al tercer año ya me pasé al Instituto Normal del Estado, a la escuela primaria, creo que se llamaba Juan C. Bonilla, algo así. Ahí tuve una escuela que me enseñó, tuve a dos maestros -muy buenos maestros-: el maestro Romero y el maestro Peláez, que nos enseñaron a defendernos de nosotros mismos, a tener nuestro propio carácter. No era una escuela muy apapachadora, sino una escuela donde uno llegaba y tenía que defenderse de todos los demás, no cabe duda. Pero le formaba a uno el carácter; yo creo a esa escuela que le debo una formación, además de a la vida misma, donde ha aparecido de todo, lo bueno, lo malo y lo regular en esos sesenta y cuatro años de andar en esta “canica”.

Yo creo que hay diferentes formas de vivir, diferentes modos de pensar. Que es lo que hace viva a una ciudad, los contrastes de la sociedad, la pura realidad. Si usted le pregunta a una persona que en su niñez tuvo todo, ella le va a hablar de acuerdo a lo que vivió. Yo tuve el privilegio, yo siempre lo he dicho, yo tuve una niñez hermosa hasta los 16 años. No lo puedo explicar, no sabía de problemas económicos, de hambre ni nada de eso. No éramos ricos, no sé mi padre cómo le hacía, pues cuando menos tenía yo “de todo”, todo lo que yo pudiera necesitar a esa edad. Ya después la vida le va enseñando a uno que tiene que trabajar, que tiene que hacer y todo eso; y bueno, a veces no sabe uno aprovechar lo que tiene, y cuando le da uno la vuelta, cuando los años se le vienen encima, uno ya puede decir  “me fue bien” o “me fue mal”. Y yo digo que me fue bien, a pesar de determinadas etapas de los veintitrés a los treinta y cinco años, donde anduvo uno dando tumbos, anduve de pintor, anduve de albañil, anduve de obrero; o sea, de bodeguero, pero vaya, yo creo que no fue denigrante ¿no? Fueron momentos en la vida de una persona por sus circunstancias. Al final, a los 40 años, pues a mí se me metió la locura y quise ser periodista. Y ahora vivimos del periodismo. Me costó mucho trabajo y muchas privaciones al principio, pero al fin y al cabo, yo en lo personal, no puedo decir que mi vida fue un desastre. He realizado algunos sueños, otros no; otros han quedado ahí en el anecdotario del “no lo logré”. Pero yo sí. Uno habla de acuerdo de cómo le ha ido en la vida.


En mi juventud, aparte de ser medio borrachón -igual que todos-, destrampado; o sea, lo normal que hacíamos en aquella época: cerveceros, mujeriego, como todos, íbamos a varias cantinas tradicionales que había aquí. Nos reuníamos en grupitos de cuates ¿no? otros ahí en unas tienditas de la colonia y, en fin, eran lugares muy específicos a dónde íbamos. Yo no fui bailarín, no me gustó mucho el baile a mí. No andábamos por muchos lados sino, como animales de costumbres, buscábamos donde estuviéramos bien. Había una cervecería aquí en la 11 Norte, no me acuerdo cómo se llamaba, junto al Buen Doctor, que era otra cantina. Este lugar tenía por cierto una barra muy bonita.

Yo tuve la ventaja de no amanecer crudo, a mí las copas no me hacían, y cuando amanecía con algo de sed me la curaba con un “barril de durazno”, un refresco, un barrilito Okey, como se llamaba en aquel entonces, y bueno, pues todavía hay. Con eso ya no necesitaba ni algo picoso, ni un molito, no necesitaba nada.

¡Ah, su mecha! ¿que qué hacíamos los jóvenes? Ora sí me la puso usted cuadrada. ¿Qué hacíamos? juntarnos en grupos, yo tenía un grupo de amigos, dos amigos y otros más, y nos reuníamos normalmente en una tiendita. Alberto..., Rubén de la Llave, uno de ellos, y el otro era Alberto... Alberto, simplemente, éramos los grandes cuates; los tres mosqueteros, como dicen, donde éramos muy amigos de la cervezas. No éramos elegantes. Aunque, bueno, la costumbre de aquellos años era vestirse más o menos de traje, porque era la costumbre. No como ahora. Entonces, normalmente andábamos de chamarra, de camisa; o sea, no andábamos como andan ahora de playeras, porque la sociedad entonces era también censurable ¿no?,  uno tenía que traer el pelo cortado a casquete corto, nada de pelo largo ni cosas por el estilo, por lo menos la generalidad, la mayor parte. Como en todo, había sus excepciones. Yo me cortaba el pelo en una peluquería sencillita, que costaba tres pesos la cortada.

Después tuve la oportunidad de viajar mucho, era yo vendedor, y viajé mucho, sobre todo la parte de la costa, de aquí a Acapulco, de Acapulco toda la costa del Pacífico hasta Tapachula, Chiapas, y luego de Villahermosa a Tampico. O sea que anduve yo vagando o dando tumbos por ahí.

Como todas las familias, yo creo que el 90 por ciento de las familias siempre tienen detalles, que tiene uno el segundo frente, se vienen las broncas. Yo puedo decir que mi familia, mis hijos, mi mujer y todos los demás han sido, para mí, excelentes. Con sus peculiaridades cada uno, sus ingratitudes de los hijos, a veces, pero yo en lo personal puedo decir que me ha ido bien. No me puedo quejar. Tengo un trabajo que me permite, hasta este momento, venir a tomarme el café, con toda tranquilidad, a las doce del día. Y que en la casa de usted no falte la comida, una casita chiquita, es decir, un departamento propio. Puedo decir que me ido bien, no soy un hombre de grandes aspiraciones, no es el dinero el fin de mi existencia ¿no? sino, más bien, la realización de mis ideales. Pero eso cada quien va a hablar, como dice, como le haya uno ido en la vida ¿no?


Mi ciudad de antes...

La ciudad de Puebla era muy chiquita en aquel entonces, era tan chiquita que llegaba escasamente a lo que es ahora la 25 Poniente. En el Molino de en medio ya eran las afueras; el Río de San Francisco no estaba entubado, era un río de aguas negras, prácticamente.

En lo particular he visto cómo Puebla se ha ido transformando, sobre todo a raíz del temblor del 85. Vino un desplazamiento muy fuerte de gente del Distrito Federal, Puebla fue creciendo y ahorita, pues, yo digo que es una medio urbe, todavía no es una urbe. Hay muchos problemas, hemos visto cómo los campos de los que estaba rodeada (una ciudad de 22 ejidos) se han ido invadiendo, la mancha urbana ha ido acabando al campo, sobre todo en lo productivo. En fin, hasta la actualidad, es una ciudad que esperamos vaya en progreso, se adapte a los nuevos tiempos.


A Puebla, en lo personal, la he visto transformarse. Es una ciudad a la que ha llegado mucha gente de fueras, que sus tradiciones se han ido relajando, claro, en la vorágine de la actualidad, en los medios de comunicación, que son determinantes en las actitudes de la sociedad, en la forma de pensar. Los ciudadanos son más encontrados, ha habido un despertar y, más bien, una rebeldía a mucho de lo establecido anteriormente que, bueno, ¡a dónde vamos a ir a parar!, no lo sabemos. Las costumbres, los principios morales se han relajado mucho. 

Nota
1 El Alpha 1 tampoco existe ya, el club fue absorbido por su acaudalada vecina la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla, UPAEP, y ahora forma parte de su campus central.

viernes, 11 de noviembre de 2016

¿Ya sabes escribir?

Jacinta era una niña que quería más del mundo pero sus deseos se vieron truncados por la ignorancia de sus padres. No que fueran económicamente demasiado pobres, sino que la pobreza de aquellos hombres y mujeres de la época revolucionaria era de miras, de expectativas que eran incapaces de percibir en sus hijos como sus padres tampoco las habrían advertido para ellos. La única verdadera respuesta era la violencia.


DOÑA JACINTA BÁEZ RODRÍGUEZ

Soy Jacinta Báez Rodríguez. Yo nací en Atlixco, Puebla, el 11 de Septiembre de 1910 en el barrio de La Merced. Se le decía así porque hasta hoy existe una iglesia que se llama De la Merced.

Toda la gente era muy amable, se saludaban, platicaban, muy pocas veces yo llegué a oír que hubiera problemas. Mi papá se llamaba Dolores Báez, era maestro de albañiles, trabajaba en la hacienda de San Mateo con los señores Maurer. Dirigía a un grupo de gente que trabajaba y él tenía que estar pendiente de lo que hacían todos.

Era Atlixco un lugar muy tranquilo. Yo que me acuerde ya no vi revolucionarios como en 1910, el año que yo nací. Pero mis recuerdos son por los veintes. A mi hermana –que no es hermana completa, es media hermana-, se la trajeron para Puebla de Atlixco porque las muchachas tenían peligro, porque se las llevaban. Se la trajeron a Puebla y yo me acuerdo, muy poco, cuando le venimos a traer. A Puebla nos veníamos en tren, era la única forma, además de la carreta o caballo, pero nosotros veníamos en tren. Salía el tren a las 6 de la mañana y llegaba aquí como a las doce, una de la tarde. Venir a Puebla era la aventura de subir al tren y luego la ciudad que muy bonita, grande, con mucha gente, muy arregladas las mujeres. Me gustaba todo. Comíamos con una amiga de mi mamá.

A mi hermana la quería mucho, se llamaba Eulalia y era mucho mayor que yo, era nada más de mi mamá, no de mi papá. Era una buena mujer. Entonces la mayoría de las muchachas tenían el pelo largo, eran contadas las que tenían el pelo cortado. Se ponían trocitos de papel, se enrollaban el pelo para que les quedara medio chino y ya luego se peinaban. Entonces no había en Atlixco salones de belleza, entre las amigas se ayudaban.

Fui a la escuela muy poco, pero sí fui. Son temporadas muy bonitas para uno porque uno era una niña y, aparte del estudio que le daban a uno, lo enseñaban bien porque en ese entonces las maestras eran muy exigentes. Teníamos que estudiar, pero a la vez nos daban recreo, nos daban un tiempo para jugar. Jugábamos a la Víbora de la mar, la Naranja dulce, todo eso. Se correteaba uno con otro, eran juegos muy sencillos, no como ahora.

Era un colegio católico que se llamaba Corazón de Jesús. Era con maestras que no eran de Atlixco, sino que, como la escuela era de los señores Maurer, unos hacendados de ahí de Atlixco, las maestras vinieron de otros lugares, no me acuerdo de dónde. Era católico pero no de monjas. Estaba en una bonita casa debajo de los portales, no la llegaron a cerrar durante la persecución. Nomás nos decía la maestra que no entráramos juntos, que fuéramos entrando poco a poco. Y así lo hicimos y nunca pasó nada, seguimos estudiando. Pero yo ya no seguí estudiando, estudié el primer año y parte del segundo, porque mi mamacita, en paz descanse, una tarde que estaba haciendo mi tarea en la mesa del comedorcito, me dice: “¿oye, qué estás haciendo?” Estoy haciendo mi tarea. Me dice: “¿entonces ya sabes escribir?” Le digo: no bien, pero ya empiezo a entender, mire, aquí estoy escribiendo. “Ah, bueno.” Nomás eso me dijo. Ya después que le dice a mi papá: “ella ya sabe escribir, ya que no vaya a la escuela.” Como era de paga la escuela, usted comprenderá. Y como ni mi mamá ni mi papá sabían escribir, al verme escribir dijo: “ya, ya sabe...” y ya no me mandó. Y hasta ahí me quedé.

Mi mamá era una mujer muy buena, muy trabajadora. Y yo era la única hija, no tenía más que a mi media hermana. Ella guisaba y hacia todo el quehacer de la casa. Yo comía de todo lo que ella me daba, de todo.


Siempre viví en Atlixco, allá me casé. Estudié hasta el segundo año, luego ayudé en los quehaceres de la casa hasta que me casé. A mi esposo lo conocí en la calle, cuando me enviaron a algún mandado. Muy poco salía yo a la calle, y una vez que me enviaron a un mandado es cuando él me conoció. Él me vio a mí. En ese entonces, hasta cierto punto era uno un poco tonta, porque las mamás nos traían muy cortas. Y cuando la mandaban a uno a un mandado y se tardaba un poquito, ya la estaban esperando a uno. Sí, era muy delicada. Ese día, en una de esas salidas, me mandaron al centro a comprar ya no me acuerdo qué, y fue que me empezó a seguir y yo no le hacía caso, porque me daba miedo que mi mamá me viera o le fueran a decir. Entonces empezó a mandarme cartas y yo empecé a contestarlas. Eran cartas muy bonitas. Él era mecánico de la fábrica de Metepec, era un hombre muy educado y estaba joven; sí, sí me gustó. Estuvimos como tres años de novios, puras cartas, muy pocas veces que llegamos a cruzar unas cuantas palabras, porque mi mamá era muy delicada y le tenía yo miedo porque me pegaba. Mi papá no. Porque cuando mi mamá me acusaba con él decía: “tú le pegas, pues qué más quieres, tú la maltratas, tú le pegas, tú la regañas, para qué me dices a mí. Yo no me voy a meter.” Mi papá me defendía. Yo tenía una buena relación con él, porque tenía muy bonito carácter. Mi mamá era una buena mujer, pero sí, era mucho muy dura. Mucho, para todo. Yo con mis hijos ya no fui tan dura, no. Decía yo “no, si yo sufrí tanto con mi mamá, como voy a hacer sufrir a mis hijos.” Sí, claro, los regañaba, pero que yo les pegara no, muy rara vez, solamente que fuera una cosa ya muy grave era que les pegaba. No, nomás los regañaba.

Me casé muy joven y me encontré gracias a dios un hombre muy bueno, muy comprensivo. Él tenía 22 años, yo tenía 16, muy joven porque lo que quería una era salirse de las casas porque anteriormente eran muy duras las mamás. Se llamaba Faustino Linares y tuvimos tres hijos. Los enviamos a la primaria en Atlixco.

Ahora veo mi vida un poco aburrida, por lo que recuerdo, porque ahora hay mucha libertad. En aquel entonces no había ninguna libertad para las muchachas. Algunas sí tenían libertad, pero la mayoría no, las mamás eran muy delicadas. No nos dejaban tener ni amiguitas, porque nos veían platicando con alguna amiguita y “nos daban”. Yo le tenía mucho respeto porque no le gustaba que anduviera yo con amiguitas ni que anduviera yo en la calle. Era delicada ella. Le tenía yo miedo. No era tanto miedo al ridículo de que le pegaran a una en la calle, sino al dolor de los manazos que me daba. Mi papá le decía que no estaba bien que me estuviera pegando. Le respondía: “tú cállate, tú no te metas, yo soy la que tiene que ver con esto.” Bueno, ya ni modo. Antes eran muy delicadas las mamás. Ahora creo que ese rigor no era necesario, creo que exageraban. Teníamos que andar con las amiguitas a escondidas. Nomás que ¡ujule! con un cuidado tremendo, que no nos vieran las mamás. Porque si nos veían a una o a otra les daban su zumba, a todas. Nos daban con la mano o con un palo. Eran muy vigiladoras, no como ahora. Ahora los regañan porque tienen que regañarlos, pero ya no es lo mismo que antes.


En realidad las niñas y los niños deben de tener cariño y amor, no deben de tratarse con puro rigor, porque no debe de ser. Sí, hay que tener rigor para que no se críen malcriadas o amigueras, pero en realidad no como nos trataban a nosotros. Vimos que no estaba bien y no tratamos a nuestros hijos así. Yo tuve ocho hijos y los ocho viven. Cinco hombres y tres mujeres. Son buenos mis hijos, me quieren, me llaman y ya no puedo pedir más. Ellos trabajan, viven bien, tienen sus casas, tienen sus cosas, sus hijos.

Atlixco tiene muchos pueblos, y de los pueblos bajan verdura, fruta al mercado, pero ya las fábricas las cerraron, y cuando eso ocurrió se vació, se fue mucha gente que se quedó sin trabajo. Ahora está otra vez muy bonito. La gente va a hacer plaza, se llena los martes y los sábados. No como antes con tanta fábrica, pero sí. Va gente de México, de acá de Puebla porque venden al por mayor, entonces se compra mucho.


La poca gente que conocí vivía con mucho trabajo, era medio difícil su vida. Yo nunca fui rica pero nunca me faltó, ni con mis padres ni con mi esposo. No me puedo quejar. No tuve demasiado, pero nunca me faltó, gracias a Dios. Tengo 91 años. No me quito la edad, a veces se me borran las cosas cuando estoy hablando, pero no me quito la edad. Hubo tiempo en que me enfermé mucho, pero ahora que estoy grande ya no me enfermo de nada. Y como lo que comen mis gentes, lo que me dan yo lo como, nunca me hace daño, gracias a dios. Todo bien.

viernes, 4 de noviembre de 2016

Días de mucho, días de poco, días de nada

Don Jesús Labastida me recibió detrás del mostrador de su taller de electricidad automotriz de la 7 Norte del centro de la ciudad de Puebla. Al igual que otros de mis entrevistados para este ejercicio de historias de vida que he venido publicando, este octogenario sabe que él no es poblano a pesar de haber llegado a esta ciudad hace más de sesenta años; de hecho, tiene opiniones bastante críticas sobre los poblanos, que trata de resolver con sus modos extravagantes de filósofo urbano, una combinación de sabiduría, de experiencia y de nostalgia por su padre a quien sigue escuchando en su interior.


DON JESUS LABASTIDA

Yo me llamo Jesús Labastida, tengo 82 años y he vivido con la ayuda del Señor, porque así soy yo, metódico, llevo una vida metódica, mi padre me lo enseñó. La vida metódica consiste en esto: tomar y no embriagarse, comer a sus horas; otra cosa: tener exceso sexual es lo peor que puede tener el hombre humano, tiene que ser controlado. Fumar, sólo uno, después de comer, nunca antes de comer. Y es controlado. Aprovecha uno todo, estamos tranquilitos, no como ese que dice: “tengo dos-tres viejas y cuanta madre” y se pone un pinche pedote. Están desde que Dios amanece con su cigarro y ese no llega ni a los cincuenta años. Entonces, el control propio de nosotros ¿qué causa tiene? Al tener ese control, tiene uno la inteligencia abierta y piensa uno las cosas de la mejor forma.

Yo llegué a Puebla en 39, todas las calles estaban desiertas. La ciudad llegaba hasta el Carmen. Ya para abajo era terracería para ir a San Baltazar, por donde hacían peregrinaciones. Me tocó ir a ver la peregrinación el primer 6 de enero. Hasta ahí llegaba la ciudad, nada más. Y por acá de este lado hasta la 36. La ciudad se sentía totalmente chiquita, luego se fueron dando todas las colonias que se fueron haciendo.

Yo era un chamaco de 19 años, andaba de aventurero por todas partes. Venía de Veracruz, que es mi patria chica, ahí vivían mis padres y parientes, todos ya murieron. Nací en la 16 de septiembre número 2325 del mero puerto, a dos calles de Viña del Mar. Ahí y nací y crecí hasta cierta edad, me largué de la casa como aventurero, estuve por Tampico, estuve ahí trabajando y de ahí ya me vine para Puebla, me vine aquí con la constructora Nuevo León, en Valsequillo. Y ya me quedé acá, hasta la fecha.

Si le digo la verdad, me casé varias veces. La última que me casé, 43 años de casamiento, el viernes pasado murió mi esposa, hace tres días. Este viernes murió mi esposa, 43 años de casados. ¿y qué quiere que haga uno? Pero si soy conchudo y soy de los que aguanta…¿qué hago? Eso de que muchos se van y que no… Yo no. Le voy a hacer sus nueve misas. Aquí, mire, siempre tengo radio, ahora no hay radio, la querencia de uno. Ya después Dios dirá.
Una mujer para mí, una mujer tan grande fue para mí que nunca tuvimos un disgusto. Dio tres hijos, me cuidó porque tuve una enfermedad, me quitaron un riñón. Ahora se enfermó ella desgraciadamente, ni modo, murió en el Issstep, ahí estuvo internada. Igual sí la atendieron bien, nomás que cuando llega la enfermedad ¿qué? A mi mujer le llegó desgraciadamente y la operaron, le descubrieron un tumor que tenía, era canceroso. El doctor dijo: “no hay cura, quieren ustedes que viva mucho tiempo pero ni modo, va a ser muy duro”. Y sí fue. Yo espero la muerte cuando venga. Pienso en mi mujer en vida porque fue la gran compañera que tuve. Pero no quedé solo, tengo mis tres hijos, mis tres nietos y quieren que vaya a vivir con ellos pero yo no puedo. Es mejor solo. Se nos casaron los hijos, “a sus casas, aquí no quiero a nadie”. Yo solito. Y nos quedamos solos. Y ya. Aquí con mi chambita y ahí voy… “Días de muchos, días de poco, días de nada”, pero saca uno los gastos de la semana.

Me quedé en Puebla en el sentido de que aquí encontré ambiente, ambiente en el sentido de cuidar bien el carácter. Yo no tengo amigos, tengo amistades. Mi padre me dijo: “¿quieres ser feliz?, no busques amigos, ten amistades y serás feliz toda tu vida”. Por eso tengo amistades. Aquí soy “el hijo del barrio”. En 1981 me vaciaron mi taller, lo robaron, no se llevaron la basura porque no había bolsas, se llevaron todo. Un día último del año.  Y resulta de que mis vecinos, cuando salí el día 3 a barrer, mis vecinos atravesaron la calle y me dijeron: “No, tú no te vas de acá”. Hicieron listas los vecinos, “aquí está el dinero”. Y viene otro, amigo mío de Teléfonos, y me dijo: “manito, aquí está la herramienta, a trabajar”. Y ya me puse a trabajar aquí. ¿Pues qué hago? Agradecer a la gente que hasta la fecha me quiere. Y no soy nada especial, como todos los léperos del pueblo, los léperos del barrio mienta madres, pero sin ofensa. En Veracruz está mi gente, eso no se olvida, está mi corazón. El agradecimiento es una cosa y el corazón es otra. Yo le agradezco mucho a Puebla porque ha sido muy buena conmigo, sobre todo a la gente de aquí. Cuando llegué fue un relajo ¡puta, hombre!, caí gordo, por mi carácter de ser, mi manera de hablar, pero me fui ambientando y ahora soy amigo. Cuando supieron que estaba enferma mi mujer se preocuparon todos por ella y todos han ido. Me da gusto que en el entierro, toda la gente de aquí, sobre todo de este rumbo, fueron; han ido a las misas.

Nunca me he peleado, en mi vida, no sé ni lo que es eso. Soy cínico, de agarrar las cosas como vienen, yo no tengo madre, tengo mamá, je je, que no es lo mismo. Y así es bonita la cosa, yo soy feliz en ese sentido. Quiero mucho a mi Puebla. Mi mujer poblana, mis hijos poblanos, yo también ya soy poblano. Claro, a la hora de la hora la sangre manda, allá están mis padres…mis tías y todos, mis primos, pero soy poblano. Tengo cuatro hijos, tengo seis nietos, ya toda una familia entera alrededor mía, y ahí vamos.

Qué es lo que pasa aquí. Aquí la gente, desgraciadamente… ¿usted es poblano? (le digo que no) Desgraciadamente el poblano tiene la desgracia de hacer esto de: “adiós, manito” y te saluda y te hace así. Y cuando pasas “es un pinche pendejo ese…” Costumbre del poblano, lo he visto yo. Y yo los he puesto parejos a todos, es mi modo de ser. Son buenos en el fondo. Medio hipocritones, je je. Yo aquí a la gente la amoldé a mi manera, la hice a mi manera, los hice a todos y ahora me quieren y me aprecian, ya saben que yo nunca he negado un favor cuando se da.

Don Maximino Ávila Camacho es otra cosa. Gran hombre. Yo lo admiré bastante. Fue un hombre muy recto y muy cabrón. Al que le caía gordo le daba en la torre. Recuerdo ahí que andaba la gente a las dos-tres de la mañana y nunca hubo nada, porque le importaba poco, yo me llevé con algunos de los policías, había un Martínez Morales que me platicó cómo a un tipo que había violado a una chamaca, lo metió en una tina, cable de corriente en la tina y ándale… “Ahora sal a violar gente”. Andaban las chamacas más seguras, ahora todo es un desmadre. Entonces estaba uno feliz, había mucha rectitud, porque el hombre era muy enérgico. Era un asesino y en parte tenía razón, mataba a los que le estorbaban. Y sí dominó, porque trajo a su gente y lo que le gustaba lo tenía a fuerza, porque así era él.

De los gobernadores no recuerdo a otro, a ninguno, todos han sido medianos. Llegan de políticos cobran sus centavos y listo.  No han trabajado por la patria, han trabajado por sus bolsillos. Cómo es posible que ahora un diputado gane 40 mil pesos mensuales, libres de polvo y paja; en cambio, no le pueden aumentar al empleado, al obrero un diez por ciento porque es un crimen para la empresa ¿cómo está ese relajo? Yo no me explico. El gobierno les dice “no, no les puedo aumentar porque la vida está muy cara” ¿pero ellos cuánto están ganando? Es un representante político, pero ¿qué hace en beneficio de México? Todos ganan y no pasa nada.


El señor Fox, desgraciadamente, sus ideas políticas no tiene una definición, para mí. Yo que poco conozco de política y eso es leyendo, veo que no tiene una definición sana. Para mí el error más grande de su vida, admirándolo yo como personalidad, como persona, como humano, la pendejada que hizo no se la admito yo. Admirada por el mundo. La señora es casada por la iglesia y tiene tres hijos. Él, hijos o no hijos, tenía tres hijos con su señora, pues era casado por la iglesia. Y espera a estar en la presidencia de la república para agarrar a su esposa y se casa por el civil, eso no existe. Eso no es de humanos, ni de cristianos. Según él es muy católico, pero yo no veo en dónde está ese catolicismo de él. Es mi modo de pensarlo; ahora, como lo piensen otros, quién sabe. Si yo lo platico y me perjudica, pues que me perjudique, pero es la verdad de lo que yo digo. Lo que yo veo. Entonces con una divorciada y él divorciado, los dos; no, señor presidente. Estoy muy de acuerdo que lo haga el cargador, yo, cualquier otro, pero todo un señor presidente, ¿hacer una tontera de esas? Entonces que no defienda tanto a la iglesia como la quiere defender.

Yo me casé varias veces, que no se malinterprete. Yo tuve la ventaja, la fortuna de que me casé cuando vine a Puebla, murió mi esposa, se me han muerto dos esposas, entonces me casé con otra mujer, por lo civil, pero no quiso tener familia conmigo, para qué vamos a vivir, no, mejor nos divorciamos. Me divorcié y al carajo. Tuve otra. Me casé con otra muchacha, nos casamos, tuvo un hijo mío que está en Acapulco, Federico Labastida, y está allá trabajando en el centro de turismo. Y con la última me casé por las tres leyes, 43 años dilatamos de casados, me dio tres hijos, tengo seis nietos y estoy feliz. Estuve feliz. Ahorita ya no, ya la recogió Dios, ya se la llevó.

La madurez no se adquiere por la edad, se adquiere por la experiencia propia de la vida. Puede que sea más maduro un chamaco de 15 años, chamaco que se crió en el medio, que un viejo de 50. Por que él vivió, vivió el hambre y vivió todo, se dio cuenta de lo que es la vida. Una cosa que se me quedó muy grabada fue esta: me acuerdo que a mi padre siempre le hablé de usted hasta que murió, por respeto del viejo. Un día le dije: papá, me das permiso de fumar. “Sí, hijo, como no, ya eres grande, tienes 25 años, cómo no hijo, nomás te voy a decir dos cosas en la vida.” ¿cuáles dos? “Dos cosas vas a hacer. Nunca fumes en la mañana, te hace daño el cigarro, fuma después de comer”. Está bien, pa. “Y otra, nunca fumes delante de mí, porque el día que fumes delante de mí te rompo el hocico”. Y nunca fumé delante de él. En diciembre fui a una fiesta de 15 años, me invitó mi compadre. Después de la cena y todo, lo agarra la chava y le dice: “oye papá, me das un cigarro”. “Sí, mi hijita”, que se lo prende y se lo da. Dije, ´uta, si mi padre lo viera los mata, en serio. Esa es la cosa.  Vino un relajamiento propio de la educación. Ahora las niñas andan a las 12 de la noche enseñando el ombligo, pero no es culpa de ellas, es culpa de sus padres. Pero el respeto al derecho ajeno es la paz.

Hay varias religiones, místicas y judías, han cambiado las ideas totalmente, por el cambio de religiones es que están las cosas así, por las sectas que ha habido, que han cambiado totalmente el civismo de uno mismo. Al menos así yo lo he observado a través de los años.

Otra cosa que mi papá me enseñó, que ojalá todo el mundo la llevara a efecto, se los dije a mis hijos y a mis nietos, se los di de ejemplo. Dice “mira, hijo, tú te vas a casar, vas a hacer tres cosas”. Porque mi papá tenía esa idea, era marinero y había estado en todo el mundo. “Vas a hacer tres cosas”, sí papá, dígame usted. “Primero que nada, hagas lo que hagas en las noches, amanece en tu cama. Tú llegas a tu casa y a dormir, no importa qué hagas. La segunda: mi hijito lindo, haz una cosa muy grande en la maravilla de la vida: nunca dejas de trabajar. La tercera, sea de diario, semanal o quincenal, si no tienes roba, pero debes de pasarle el chivo a tu mujer. Hazle como quieras pero debes de pasarle el chivo a tu mujer. Porque si la obligas a hacer una tontera. A mis hijos los he enseñado también igual, mis hijos son maestros, pero ahí están, felices. Profesionistas. Con mis medios les di todo.


Usted puede querer mucho a México para el “Viva México, viva México”, pero tiene usted a sus hijos muertos de hambre. ¿Dónde está la patria? Entonces debe ser por acá para seguir allá.  No nomás para allá. Ni idea. Así lo hice siempre, “primero mis hijos y después lo que venga”. Es que debe de ser, mi amigo.
Yo veo así la vida y hasta ahorita gracias a Dios he sido feliz. Respeto de mis hijos, respeto de mi familia; mis cuñados ya saben que yo sí, el día que regaño, les pego un grito. Yo he pensado en la vida y me ha ido igual, por lo mismo. No me desespero ni nada. Ahorita, por ejemplo, mi vieja murió el viernes ¡qué duro, chingao! pero qué debo hacer para componerme. Conozco a esos que ya se van a emborrachar sin deseos de vivir ¿qué van a hacer con eso? O buscarse otra mujer ¿para qué? No señor, dame valor para aguantar, no por mí, sino por darle el ejemplo a mis hijos. Por ellos, por mí no. Ellos sufren mucho por su mamá, su abuelita. Me dice ayer mi nieta: “Oye, abuelito ¿no sufres?” Le digo, interiormente sí, pero no es para que lo sepa la gente, porque nomás me va a tener compasión.

Cae trabajo, sí, pero yo llevo el lema de mi padre que decía: “días de mucho, días de poco, días de nada. Nomás organízate para que a fin de mes no debas nada.” Y ahí la llevo, sereno. Mi trabajo es el sistema eléctrico de los coches, quiere decir todo lo general, luces, acumulador, marchas, todo el sistema eléctrico. Claro que el antiguo, porque ahorita viene el nuevo y ahí sí me rajo. El aparato analizador vale 12 mil pesos. No los tengo y si los tuviera tampoco lo compraba. Qué me queda de edad, para qué lo quiero. Es fácil usarlo, si yo un día lo vi trabajar y dije: ¡pero jijos, qué es esta cosa preciosa!, pero 12 mil pesos no, no los tengo, y si los tuviera tampoco lo compraba, porque piense en la edad que me queda, a quién le dejo eso. Mi hijo no quiso, él es abogado. Entonces a quién le dejo eso.


Otra cosa que decía mi padre fue algo que un día me dijo: “mira hijo, cuando más jodido estés, mejor vestido debes de andar, para que no demuestres tu necesidad. Cuando tengas mucha hambre y no tienes nada de comer, cuando andes en la calle, anda con un palillo en la boca. Si alguien te dice “órale mano, una tortita”, que te la quiere vender, gracias, mano, acabo de comer. No demuestres tu hambre aunque te estés muriendo de hambre”. Mi padre, como buen marinero, me dio buenos consejos en ese sentido.