martes, 30 de mayo de 2017

El curanto

A los pocos minutos de nuestra llegada a Tenaún, el pequeño y antiguo puerto en la costa Este de la isla de Chiloé, al sur de Chile, fuimos advertidos que en algún momento Rosita, la dueña del campamento, prepararía un platillo tradicional llamado curanto, como buena puntarenense que es esta joven ama de casa, administradora y autoridad indiscutible de ese popular campin.

El curanto es un guiso de hoyo que comienza con la recolección de piedras y leña, por lo que debe dedicarse todo un equipo de personas para su elaboración. Hay que recopilar piedras grandes y redondas del tamaño de naranjas, subir al cerro y recopilar unas cincuenta enormes hojas de pangue, de unos sesenta por ochenta centímetros que crecen silvestremente en todo el sur de Chile, una planta de humedad cuyos componentes tienen diferentes nombres y usos: pangue es la gran hoja; nalca es el tallo y depe es el tronco, que llega a medir hasta 5 metros y que sirve para teñir lana de color plomo.
El curanto lleva mariscos como cholgas, locos y almejas; carnes como chorizo, pollo crudo y cerdo ahumado. Mientras Rosita prepara todo eso un hombre ha hecho un hoyo poco profundo en el patio, de un metro de diámetro, en donde ha puesto leña y piedras y le ha prendido fuego con las precauciones pertinentes, pues las piedras suelen reventarse despidiendo fragmentos hacia todos lados como balas ciegas y ardientes. Cuando está la leña prácticamente consumida y las piedras muy calientes se ponen los mariscos y la carne encima, así como caen, acompañados de papas y todo rociado con vino blanco, se tapa muy bien con una o dos capas de hojas de pangue, y sobre ellas se acomoda el chapalel y el milcao, que son tortas de masa de papa y harina y de puré de papa sola, respectivamente, que también son tapadas con otras capas de hoja de pangue, con las que se cubre muy bien toda oquedad. Encima de ese montón se pone una lona y se tapa completamente para evitar que escape el calor. Ahora todos nos retiramos a hacer hambre con alguna cerveza durante 60 minutos, hasta que el guiso esté cocido.
Adicionalmente, Rosita tuvo la amabilidad de hacer un poco de curanto de olla o pulmai, una versión de estufa con todos los mismos ingredientes (excepto chapalel y milcao) que tiene la cualidad de retener el líquido que se convierte en consomé, para que lo probáramos.

El curanto es un platillo chilota tradicional llegado hace muchos siglos de Indonesia, quizás junto con los propios indonesios que algunas versiones indican que llegaron mucho antes que los españoles a estas tierras y cuyos rasgos es posible adivinar en las facciones de algunos agentes locales, como la señora Rosita, que ha hecho del curanto una especialidad, y a la que solo le faltan los tatuajes para parecer de “allá”.
Luego de una hora, la docena de comensales retornamos al curanto y desandamos los últimos pasos de la preparación, es decir, destapamos la lona y las hojas de pangue, ponemos sillas alrededor, y con un tenedor y un plato comenzamos a atacar el curanto con entusiasmo polinesio. Nadie mide ni cuenta lo que comes, pero más te vale no caer en remilgos porque esto se acaba. Delicioso.

Una santiguina solemne le expresaba a una joven alemana que no entendía español que este no era un simple platillo sino el alma misma de Chile. Yo, que sí hablo español, pensaba mientras extirpaba un molusquito de su concha que los chilenos son poetas aunque no lo quieran. Y que el curanto era un extraño privilegio que no merecía, pero que aceptaba con el hambre y la gratitud de un náufrago.
Quiso la suerte de que fuimos a caminar al centro de Tenaún y nos tocó observar cómo en el edificio municipal una docena de hombres y mujeres preparaban un curanto para decenas de personas. El proceso fue el mismo, pero en un hoyo de dos metros, donde echaron seis costales de moluscos, otros tantos de papas, varios kilos de pollo y cerdo ahumado en trozos y taparon aquello en medio de una gran expectación.


Fotos cortesía de Malú Méndez Lavielle.

lunes, 22 de mayo de 2017

Reflexión metodológica


En este blog he tratado de revisar tres inquietudes en torno a la antropología mexicana: la temática indigenista; Miguel Othón de Mendizábal y la antropología, y la cosa ontológica que nos compete a todos los mexicanos en nuestro “ser nacional”, así como el compromiso y la responsabilidad de revisar el mundo originario, pasado y presente, y nuestra situación en él.

Busco analizar eso que terminó llamándose indigenismo. Su relación al nacionalismo que derivó en la epopeya mitológica de nuestra historia, más o menos basada en una secuencia de derrotas, de donde presuntamente sacamos fuerzas para fundar una raza de bronce que le dio sentido a las instituciones que se encargaron de construir un muro entre el mundo originario y la creciente sociedad mestiza, que ha evolucionado en la ignorancia de la mitad de su pasado. Dizque. En su historia de sesenta años del indigenismo institucional, antes de su liquidación en el foxismo por esclerosis burocrática, he buscado comprender el decidido pero fugaz tránsito de los Magníficos, en los años setenta, que deriva necesariamente a la academia y a mi propia experiencia en el reparto de responsabilidades.

Arribamos al siglo XXI con evidencias contundentes sobre el fracaso del indigenismo, que no logró asimilar al indígena, borrar la presencia de los idiomas, abatir la miseria y extender los servicios públicos elementales. Discuto la ecuanimidad que, en torno al racismo, tuvieron los principales exponentes de ideas indigenistas, la influencia originaria en la vida real, la presencia del náhuatl en el idioma, en las costumbres, en el marco litúrgico de nuestras tradiciones familiares como son las comidas y sus innumerables moles. En 2009 el Instituto Nacional de Medicina Genómica encontró en la elaboración del mapa genético que los mexicanos poseen 89 variaciones genéticas que provienen de indígenas.*  ¿En qué porcentaje los mexicanos somos náhoas? ¿Quiénes son los grupos étnicos que conforman el mundo original de México? Si procediéramos de acuerdo a lo políticamente correcto ¿cómo deberíamos llamarles, como los bautizaron los españoles, como los bautizaron los mexicas o como actualmente los pueblos originarios se llaman a sí mismos?

La segunda reflexión corresponde a la revisión puntual de la obra de Miguel Othón de Mendizábal. Su biografía y sus fines sociales y políticos, ampliamente explicitados en los seis tomos de su obra. El origen de las pasiones colectivas que dedujo de sus apasionadas lecturas del pasado histórico y sus actuales vestigios arqueológicos; su papel protagónico en el tema de las migraciones del norte al sur del continente y su hipótesis biologicista del hambre de sal. Estudios sobre las religiones prehispánicas, el derecho, la cultura y la educación, sobre la reforma agraria y el sistema nacional de salud, de la que fue un crítico especializado. A través de ese análisis demostrar que las opiniones de Mendizábal respecto a la creación del instituto Indigenista no estaban basadas en el vacío o la ocurrencia –como sí es visible en protagonistas tan importantes como Rafael Ramírez–, sino en profundos estudios sobre el significado real de la presencia indígena en la cultura mexicana contemporánea. Algo que a la mayoría de sus contemporáneos ni siquiera se le ocurrió.

El rescate del indio que para Mendizábal, siempre analítico, significaba distinguir los problemas fundamentales, tomar una posición avanzada sobre las lenguas indígenas, sobre las características de la educación en las diferentes regiones de México, que no tenía por qué ser una aplanadora uniformizante. Cuando Mendizábal propone observar un patrimonio intangible cuya riqueza serviría para todos nuestros propósitos nacionales. Pero no hubo quién lo escuchara, pues él pronto murió y sus contemporáneos –que después crearon premios, nombres de calles y de auditorios con el nombre de Mendizábal–, se encargaron de echarle tierra a sus ideas que, en efecto, contrastaban con las que terminaron imponiéndose en la práctica del indigenismo, que, como es fácil suponer, no atañe sólo a los especializados antropólogos y a los funcionarios encargados de llevarlo a cabo. Este sí es un asunto nacional.


Finalmente, una tercera reflexión que incluye visiones literarias sobre la necesidad actual de observar ese elemento de nuestra historia. El desperdicio de la riqueza cultural y natural, la posible presencia del barro en el arte contemporáneo de los mexicanos y un escenario de ficción sobre la autonomía de las regiones, con el hipotético caso de Oaxaca, buscando expresar que es en la imaginación donde los mexicanos nos hemos de liberar de tantas ataduras vicariales, que es con imaginación histórica y artística como podremos superar nuestra incapacidad para asumir la política y rebasar los lastres, como la corrupción y la violencia, la incapacidad social por la política y la inaplicación de las leyes, que nos tienen sumidos en la desgracia.

*Nota de Ángeles Cruz Martínez, La Jornada, 14 de mayo de 2009.

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martes, 16 de mayo de 2017

Indianización de un México falsamente occidentalizado

En esta fotografía vemos un ejemplo del indigenismo imperial del malhadado gobernador de Puebla que usa a las señoras totonacas como postes; no sonríen, no aplauden, no participan; postes.

La hipótesis general de este blog es probar que Miguel Othón de Mendizábal propuso, en un momento clave de la discusión, una práctica indigenista distinta a la que se constituyó en el INI. La marginación a la que este antropólogo fue sometido muestra el tamaño del miedo oficial al prolongarse por décadas el boicot a sus numerosos escritos, publicados solo por amigos de la viuda en 1946, a dos años de su muerte. Fue la única edición de sus obras completas, en tanto que la academia únicamente incluyó en la materia de antropología mexicana su trabajo sobre la influencia de la sal en el poblamiento de América, texto interesante, pero relacionado solo con nuestra historia más antigua. La opinión de Mendizábal sobre los problemas fundamentales del indígena y sus propuestas para solucionarlos fue sacada de la mesa de discusión, lo mismo en los institutos que en la academia. Mi opinión es que Mendizábal vale la pena de ser leído, discutido y repensado. Y que algunas de sus ideas poseen vigencia.

A través de una visión integral del mundo indígena, Mendizábal tiene la virtud de ser realista. Basado en sus estudios de la historia y antropología, que incluía análisis de producción agrícola, medicina natural, religiones y mitos, derecho, educación y lenguas, MOM se atreve a hacer una sugerencia original, que hasta hoy nos parecería moderna, sobre observar más detenidamente las características de los pueblos originarios.

Comprenderlos. Dejar a la “vida misma” la confrontación mestizo-indígena. Él quiso hacer una síntesis que convenciera a los mestizos de que las culturas autóctonas eran más interesantes de lo que parecían, y que al conocerlas eran muchos los beneficios los que el mestizo iba a obtener de ahí, pues podría fortalecer su sentido de pertenencia, servirse de ellas, incluso apropiárselas. El mundo originario podría tener otro papel en la conciencia colectiva de los mexicanos, podría ayudar a resolver el asunto de la identidad, observado desde entonces a través de laberintos, jaulas melancólicas e inconfesables complejos que cargamos, como una cruz, bajo el inclemente sol de las cuaresmas, las fiestas funerarias, equinoccios, solsticios y otros dilemas de abundante mexicanidad.

Se trata de imaginar lo que hubiera sido de México con un indigenismo más co-activo, en términos antropológicos, y que en lugar de mexicanizar a los indígenas, México se hubiera indianizado un poco, como proponía Mendizábal. En los albores del siglo XXI esta parece ser la tendencia de los mexicanos, México tiende a indianizarse porque es históricamente necesario que busquemos en esa herencia respuestas a preguntas reiteradas sobre nuestra capacidad y los límites de nuestra cultura; el mexicano del mañana estará más completo al haber aceptado su implicación en la genética nacional, y esa, bajo ninguna circunstancia, puede disociarse de sus raíces indígenas.

La pobre contribución indigenista miró más bien al lado contrario: no había nada qué conocerles, debían asimilarse, hablar español y formar parte del campesinado mexicano. Debían desaparecer como indígenas, convertirse en obreros de las ciudades, ser domesticados como las clases populares de Europa y Norteamérica (puedes ver esta defensa ampliada en La refutación de Aguirre Beltrán, 17-Ago-2012 en este mismo blog).

Y eso, como podemos ver, no ocurrió completamente. Las principales etnias mexicanas gozan de  cabal salud, el "elemento" indígena sigue ahí.


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jueves, 11 de mayo de 2017

El origen de las pasiones colectivas


En los años treinta el gobierno de México institucionaliza el indigenismo para ser aplicado en lo posterior como estrategia de desarrollo económico de las regiones. El Estado mexicano asume esta dinámica sin siquiera estar de acuerdo respecto a la definición de los indígenas, asumiendo un poco a ciegas la propuesta de la asimilación, que presuntamente uniformaría las diferencias étnicas y por lo tanto culturales de los mexicanos. La asimilación tenía una larga historia desde que en el siglo XIX fue discutida por los educadores y formalizada “científicamente” por Manuel Gamio al término de la revolución. Se implementa como una estrategia a través del Instituto Nacional Indigenista, que asumió demasiado pronto que a los mexicanos no les interesaba la mitad indígena de su pasado, sin importar la multitud de signos culturales que nos identifican con el pasado prehispánico; negándose, además, a escuchar las voces discordantes.

La historia del indigenismo oficial es la de un rotundo fracaso, pues a pesar de 70 años de práctica el indigenismo no realizó ninguno de los grandes propósitos que se plantearon en su creación como instituto social. No asimiló a los indígenas a la cultura nacional, no los castellanizó, no los sacó de la miseria, no satisfizo sus necesidades de salubridad, no los defendió del abuso de los caciques y tampoco transmitió a los mestizos las bondades de los pueblos indígenas.

Hubo, sin embargo, éxitos colaterales, pues tras siete décadas los mestizos mexicanos no conocemos ni los nombres, mucho menos las cualidades herbolarias, lingüísticas, artísticas, agrícolas o sociales de los pueblos originarios, que muestran hoy culturas aún encendidas, vigentes y en consecuencia rescatables, no solo ya para la preservación cultural y el mejoramiento de sus condiciones de vida, sino especialmente para beneficio de los mestizos, que ven finalmente en parte de su pasado el asidero a un origen más creativo que el que se les había impuesto el PRI en el indigenismo, que fue el ocultamiento, el desvío de la atención por la cultura autóctona a favor de una desdibujada y utópica american way of life importada a retazos de los Estados Unidos, que siempre ha estado atento para proveernos del material para mantenernos “occidentalizados”. El radio y la televisión, contemporáneas al inicio del moderno indigenismo, fueron los dos puntales que el poder político y económico utilizó para evitar las miradas al interior de las culturas mexicanas, unas más ricas que otras, pero todas presentes en esa otra mitad de nuestra historia que nos obstinamos en negar. La desinformación y el ocultamiento se encargaron de enterrar nuestros vestigios indígenas y ni los institutos de antropología, ni la academia, ni mucho menos otras dependencias de gobierno, hicieron nada por impedirlo, pues representa la posición histórica del indigenismo mexicano.

Contemporáneo a estos hechos, Miguel Othón de Mendizábal hizo, a través de escritos y conferencias, una defensa a ultranza por asimilar al indígena tomando en cuenta sus aportaciones culturales, es decir, sin despojarlo de su raigambre étnica, que lo distingue entre sus contemporáneos que decidieron la directriz del indigenismo. Mendizábal propuso un indigenismo político, empezando por ser reconocidos en la Constitución Mexicana como comunidades culturales, y no como individuos particulares. Y una vez hechos sujetos de las leyes, establecer estrategias de acuerdo a las zonas geográficas que habitaran, crear una procuraduría indígena dedicada a defender los derechos constitucionales de las comunidades, que los defendieran del abuso de los caciques, proteger la distribución de sus productos, hacerlos sujetos al crédito, permitirles el uso de tecnología, y a la par de aprender español, cultivar su lengua autóctona, que Mendizábal comprendió que era algo más que un idioma. Para nuestro autor era una forma de ver el mundo que pertenecía a las regiones, a los propios mestizos mexicanos, pues era parte de su pasado, por lo que habría que apropiárselo, antes que separarse de él.

Pero Lázaro Cárdenas no lo escuchó. Y si lo hizo, como muestran ciertas evidencias, constituyó el indigenismo exactamente hacia el otro lado: no había nada qué conocerles. Ellos debían hacerse “mexicanos”.